Historia

Marbella

La corrupción ya estaba allí

La Razón
La RazónLa Razón

Una ostentosa representación de trajes y coches de lujo ha comenzado a desfilar esta semana por los juzgados de Málaga. El precio de los trajes es inversamente proporcional al valor de los individuos que los llevan y por eso la gente de bien los observa atónita desde la calle entre escandalizada e incrédula. La gente de bien los observa sin dar crédito y asiste a esa feroz competencia que a diario establecen Lamborghinis, «emeeles» y bemeuves por hacerse con un hueco en los aparcamientos del Palacio de Justicia y poder estar a tiempo en el preciso momento en que el juez les empieza a relatar las fechorías a sus dueños. En Málaga estos días se juzga una historia de éxito y todos los que se sientan en el banquillo –aun no estando todos los que son– han sido triunfadores. El espectáculo, así, tiene algo de morboso y de masoca, pues aunque estar citado no sea exactamente un honor, tampoco es un secreto que nadie podría pisar la sala si en los últimos veinte años no hubiera sido alguien en Marbella o no hubiera tenido el poder real de la ciudad. Es posible que incluso hubiera que construir un palacio de deportes adyacente para albergar a todos los que en los últimos años han ejercido allí de marchantes de mierda, pero es seguro que si una desgracia destruyera ese juzgado, de un plumazo se extinguiría también buena parte de la elite del éxito marbellí, de su política y su economía de estos últimos veinte años.
Y son muchos ahora quienes, cortos de luces y memoria, se escandalizan de que en Marbella hubieran elegido a Jesús Gil. «Tienen lo que se merecen», dicen, y la acusan de una especie de coprofagia política por haber sido capaz de elegir a corruptos y por haber puesto a la escoria en las mismas sillas de mando. Pero ocurre que en política, igual que en televisión, las audiencias son omnívoras, y no coprófagas, y por eso terminan por elegir lo mejor que se le ofrece.
Conviene no olvidarlo, ahora que tantos se preguntan por la extraña aparición de extremismos en admirables y civilizados países como Suecia, Francia o Holanda. No se puede pasar de la noche a la mañana a ser despreciable. Ni en Suecia ni en Marbella, donde un epifenómeno político como Gil aprendió bien el truco y, talones en mano, agradeció los favores para iniciar por libre su carrera. Cuando el malvado «Moby-Gil» despertó, la corrupción ya estaba en Marbella.