País Vasco

Hay menos violencia

A pesar de Irak, Afganistán y otros conflictos, vivimos en una época en la que la violencia ha disminuido en comparación con otros periodos

Uno de los trenes que explotaron en los atentados de Madrid del 11-M
Uno de los trenes que explotaron en los atentados de Madrid del 11-Mlarazon

En la mayor parte de los países desarrollados, el terrorismo interno ha seguido los pasos de los trajes de poliéster. Es un hecho poco conocido que casi todos los grupos terroristas fracasan y todos desaparecen. Por si esto resulta difícil de creer, reflexionemos sobre el mundo que nos rodea. Israel sigue existiendo, Irlanda del Norte aún forma parte del Reino Unido y Cachemira pertenece a India. No hay estados soberanos en Kurdistán, Palestina, Quebec, Puerto Rico, Chechenia, Córcega, Tamil Eelam o el País Vasco. Filipinas, Argelia, Egipto y Uzbekistán no son teocracias islamistas; y Japón, Estados Unidos, Europa y Latinoamérica tampoco se han convertido en utopías religiosas, marxistas, anarquistas o new age.

Las cifras confirman las impresiones. En su artículo de 2006 «Why Terrorism Does Not Work» (¿Por qué el terrorismo no funciona?), el científico político Max Abrahms examinó los veintiocho grupos que en 2001 el Departamento de Estado de Estados Unidos consideraba organizaciones terroristas, la mayoría de las cuales llevaban décadas activas. Dejando a un lado victorias meramente tácticas (como atención médica, nuevos apoyos, presos liberados o cobro de rescates), observó que sólo tres de ellas (el 7%) habían alcanzado sus objetivos: en 1984 y 2000 Hezbolá expulsó a los pacificadores internacionales y a las fuerzas israelíes del sur del Líbano, y en 1990 los Tigres tamiles lograron el control de la costa nordeste de Sri Lanka, si bien esta victoria fue revocada por la aplastante derrota de los Tigres en 2009, con lo que el índice de éxitos terroristas queda en dos de cuarenta y dos, menos del 5%. El índice de éxito está muy por debajo de otras formas de presión política como las sanciones económicas, que surten efecto aproximadamente una tercera parte de las veces. Al revisar la historia reciente, Abrahams advirtió que de vez en cuando el terrorismo sale bien cuando se proponen objetivos territoriales limitados, como en el caso de desalojar a una potencia extranjera de una zona ya cansada de la ocupación, por ejemplo, cuando en las décadas de 1950 y 1960 las potencias extranjeras se retiraron de sus colonias en masa, con terrorismo o sin él. Sin embargo, nunca alcanza sus fines maximalistas, como imponer una ideología en un Estado o aniquilarlo directamente. Abrahms observó también que los escasos éxitos correspondían a campañas en las que los grupos seleccionaban como diana fuerzas militares en vez de civiles, con lo que se acercan más a la condición de guerrillas que a la de terroristas puros. Las campañas que seleccionaban ante todo civiles fracasaban siempre.
En su libro «How Terrorism Ends», la científica política Audrey Cronin analizó un conjunto de datos más amplio: cuatrocientas cincuenta y siete campañas terroristas que habían estado activas desde 1968. Como Abrahms, observó que el terrorismo casi nunca es efectivo. Los grupos terroristas se van muriendo exponencialmente con el tiempo y duran, por término medio, entre cinco y nueve año. Cronin señala que «los estados tienen un cierto grado de inmortalidad en el sistema internacional, los grupos no». Tampoco consiguen lo que se proponen. Ninguna organización terrorista pequeña se ha apoderado jamás de un estado, y el 94% no alcanzan «ninguno» de sus objetivos estratégicos. Las campañas terroristas terminan cuando matan o capturan a sus líderes, cuando los estados las erradican, o cuando se metaforsean en guerrillas o movimientos políticos. Muchos grupos se atrofian debido a luchas internas, a la incapacidad de los fundadores para dar el relevo a otros, o la defección de activistas jóvenes que optan por los placeres de la vida civil y familiar.

El «caso Moro»

Los grupos terroristas se autoinmolan también de otra manera. Como se sienten frustrados debido a la falta de avances y sus seguidores empiezan a cansarse, intensifican su táctica. Comienzan a seleccionar víctimas de más interés mediático por ser famosas, respetadas o, simplemente, más numerosas, lo cual sin duda atrae la atención de la gente, pero no del modo que pretenden los terroristas. Los seguidores rechazan la «violencia sin sentido» y retiran su dinero y sus refugios seguros y son menos reticentes a colaborar con la Policía. Por ejemplo, las Brigadas Rojas de Italia se autodestruyeron en 1978 tras secuestrar al querido antiguo primer ministro Aldo Moro, mantenerlo dos meses cautivo, dispararle once veces y abandonar su cadáver en el maletero de un coche. Antes, al FLQ se le fue la mano en la crisis de octubre de 1970, cuando secuestró al ministro de Trabajo Pierre Laporte, lo estranguló con su rosario y dejó también el cadáver en su maletero. La matanza de ciento sesenta y cinco personas (incluido diecinueve niños) perpretada en 1995 en McVeigh en el atentado contra un edificio federal de Oklahoma City debilitó el movimiento de milicias antigubernamentales de derecha en Estados Unidos. Como dice Cronin: «La violencia tiene un lenguaje internacional, pero también lo tiene la decencia».

Los ataques contra civiles pueden condenar a los terroristas no sólo porque alejan simpatizantes potenciales sino también porque impulsan a la gente a respaldar una ofensiva total en su contra. Abrahms analizó la opinión pública durante diversas campañas terroristas en Israel, Rusia y Estados Unidos y observó que, tras un atentado importante contra civiles, las opiniones sobre el grupo empeoraban bruscamente. Se desvanecía cualquier disposición a hacerle concesiones o a reconocer la legitimidad de sus pretensiones; la gente creía que los terroristas constituían una amenaza existencial y apoyaban medidas que acabaran con ellos para siempre. Lo que pasa con la guerra asimétrica es que un bando es, por definición, mucho más fuerte que otro. Como dice el refrán, quizá la carrera no sea para el más rápido, ni la batalla para el más fuerte, pero así es como se apuesta.
 

FICHA

- Título del libro: «Los ángeles que llevamos dentro».

- Autor: Steven Pinker.

- Edita: Crítica.

- Sinopsis: La violencia es un fenómeno que se ha desarrollado durante milenios y no cabe duda de que, como nos explica Steven Pinker (científico cognitivo autor de «El mundo de las palabras») su declive tiene unas profundas implicaciones.