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Estado y bienestar por Joaquín Marco

Tal vez el futuro no resulte tan lóbrego como nos lo describen; los magos de cartelera guardan siempre un conejo en la chistera

La Razón
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Hoy, día de Reyes y Magos, no es conveniente aludir ni a la crisis ni a quienes la fabricaron, la aprovechan y siguen empeñados en agobiarnos anunciando las peores catástrofes. Tiene razón el nuevo y ya discutido ministro de Economía cuando, ante el creciente incremento del paro, duda de la solidez del pilar principal del llamado estado del bienestar. Muchos ni siquiera lo conocieron y otros fueron acusados de aprovecharse del mismo. Convendría, sin embargo, que lo calificado como bienestar no fuera asociado necesariamente al Estado, aunque sí a un estar o permanecer. Siempre se ha entendido, salvo por los anarquistas que defendieron su desaparición, a la vez que la felicidad de la raza humana gracias a una distribución de la riqueza proporcional a las necesidades de cada quien, que era función del Estado –fuera o no democrático– atender a la felicidad de sus súbditos. Díganselo, si no en estas fechas a los compungidos norcoreanos, huérfanos de tan benigno padre y dictador. Desde niños se nos ha inculcado en Occidente que, en la pirámide social, el poder innombrable debe velar por el bienestar y hasta en nuestra constitución gaditana, aquella, en tiempos denostada Pepa, por su felicidad. No debían hacer menos, aunque no siempre lo cumplieran, los caballeros medievales respecto a sus súbditos. Los gobernantes cabría entenderlos, pues, como unos Reyes Magos capaces de satisfacer los deseos de los pueblos y llenarles, no una vez al año, sino día tras día, de beneficios y promesas de una vida a todas luces manifiestamente mejorable.

Pero nuestros políticos están empeñados en una ardua cruzada, capaz de desmoralizar hasta a los payasos de los circos que tanto han abundado en estos días. No sólo el año recién iniciado podría resultar catastrófico, sino el siguiente y hasta el que llegue después. De hecho, parece como si cualquier pasado tuviera que haber sido mejor y nos encontremos desde hace más de cuatro años en retirada. Pero las Bolsas, se augura, pueden crecer un 20% en este pésimo año del Señor, con sus naturales oscilaciones para mayor ganancia de algunos y a los bancos el BCE les ha prometido para marzo, con las primeras brisas primaverales, otra inyección de euros frescos, para lo que dispongan. Inmensa es la tarea que ha de permitir corregir los déficits, reordenar las administraciones, suprimir empresas públicas y corregir muchos entuertos en tiempo escaso. Pero manda quien manda y, aunque nosotros elijamos, otros más allá de las extintas fronteras deciden. Para salvar sólo los muebles se requeriría algo más que magia. Sin embargo, tal vez el futuro no resulte tan lóbrego como nos lo describen; los magos de cartelera guardan siempre un conejo en la chistera. Y los que llegan con sus carrozas y camellos han sido capaces, pese al oscuro horizonte (a los parados y a cuantos les han congelado la pensión mínima o a quienes, por la inflación, se les han reducido las pensiones), de cumplir con su medida labor de ofrecer alguna felicidad a niños y mayores. Se ha podido comprobar hoy mismo. El mejor de los obsequios que podría ofrecernos el recién estrenado Gobierno, aunque asegura que a corto plazo no podrá otorgarnos mucho bienestar, sería recortar o aliviar el pesado fardo del paro que a todos agobia. Era el objetivo prometido por unos y otros. Nadie desea observar cómo casi la mitad de nuestros jóvenes está sin trabajo, sin descartar aquellos que buscan desde hace años un puesto que se les niega o los que ya han emigrado o están a punto de hacerlo o aquellas pequeñas empresas y comercios que cierran o han cerrado sin remedio. Y las hay a montones. No deberían buscarse minitrabajos o fórmulas que no corrigieran el subterráneo, el de la mera subsistencia. Se observa en las grandes ciudades el progreso de la mendicidad, personas que revuelven las basuras de los containers. Convendría que proliferaran los magos que resolvieran tan penosas situaciones. Hay algunas organizaciones religiosas o laicas que dicen estar ya en el límite de sus capacidades y que por arte de magia o de los futuros presupuestos pudiera corregirse. Ya saben los ciudadanos –y lo reconocen en las encuestas– que los políticos no practican fórmula alguna de encantamiento, aunque obtengan mayorías absolutas. La labor de desandar lo andado tampoco ha de resultarles grata y se les nota su escaso entusiasmo. Deberían escribirle a la maga germana y pedirle algún milagro que nos permita corregir en un pispás lo que, se dice, tardamos tantos años en hacer mal. Aunque no utilice los camellos de rigor, alguna ilusión en forma de caramelo debería ofrecernos. De lo contrario acabaremos disociando bienestar y Estado. Tampoco estaría mal, de un salto, colocarnos a comienzos de 2014. ¡Estupendo milagro!