Literatura
Vestir de Armani para leer a Cervantes
El autor de «Diario de un cuerpo» reflexiona sobre la compatibilidad entre el deseo y la necesidad«Diario de un cuerpo»Daniel PennacMondadori336 páginas, 21,90 euros.
Confesiones, recuerdos, anécdotas, sensaciones y sentimientos... Todos han sido registrados en los diarios, en aquellos que nunca abandonarán el cajón, y también en otros que ya forman parte de la historia de la literatura. Pero pocos, por no decir ninguno, han mostrado la vida desde la perspectiva del cuerpo, el paso del tiempo a través de sus cambios fisiológicos, tan importantes como los de la mente, pero siempre relegados a un segundo plano. ¿Siempre? «No soy consciente de que se haya escrito un diario del cuerpo antes. El único que existe es el del médico personal del niño Luis XIII, una crónica de sus estados físicos», dice Daniel Pennac al hilo de la publicación de «Diario de un cuerpo» (Mondadori).
–Lo físico, así, se coloca al frente de la narración. ¿Cree que es algo de lo que ahora estamos demasiado distanciados?
–Nuestra sociedad vive en una paradoja desde ese punto de vista. Nunca el cuerpo ha estado tan expuesto y exhibido como hoy: en cine, publicidad, pornografía, «body art»… Pero en la relación privada que tenemos con nuestro propio cuerpo hay silencio. Ese pudor participa de nuestra cultura. En Francia existe desde el primer tercio del siglo XIX. Antes era mucho menos palpable: había escritores como Montaigne, Rousseau y Diderot, que trataron el tema.
–Sin embargo, cada vez parece que el miedo a envejecer en el sentido físico es mayor.
–Nuestro cuerpo también está sobreexhibido en este sentido. Es la cuestión de la perpetua juventud que nos plantea la cirugía estética. Es una batalla perdida de antemano. Toda la clase media de América Latina son usuarios. Resulta interesante que todas las mujeres que se han operado tienen la misma cara, el mismo pecho y el mismo culo. Es un mundo absurdo donde la identidad se pierde. Esto no quiere decir que esté en contra de la cirugía. Si tuviera dos narices, me quitaría una, pero eso es todo.
–No se ha ahorrado lo que concierne a la escatología.
–No lo hago para provocar a los burgueses, es que me interesa la relación que cada uno tenemos con nuestra materia. Si hubiera omitido esta parte, sería víctima de una prohibición cultural.
–Es profesor desde hace muchos años. ¿Cree que existe una pérdida de la autoridad de la figura del maestro?
–Algunos sí la tienen, y es intelectual. Cuando son profesores de verdad esa autoridad se transmite con calma, sin miedo, sin imponer nada. Si uno es un maestro al que apasiona su materia y le apasiona transmitirla, los alumnos reconocen automáticamente esa autoridad. Si se trata de un profesor institucional, que cree que la autoridad es un fin en sí mismo, no tiene ninguna oportunidad de que se le escuche. Los alumnos contemporáneos son clientes de una sociedad de consumo desde que nacen. Tienen sus propios alimentos, productos de ocio, moda, etc. y consideran fundamental cambiar de teléfono móvil. Los profesores tienen que distinguir el deseo en el que se crían marcado por la sociedad de consumo y las necesidades básicas. Hoy ambas están en conflicto. Esto no quiere decir que yo esté en contra del deseo. Es normal que quieras un vestido bonito y que disfrutes de él leyendo un libro de Dostoievski o García Márquez o Cervantes, porque las dos cosas pueden combinarse.
Quiero que mi hijo lea
«Sólo existe un truco –explica Pennac–: el ejemplo. Yo no leo porque me lo haya dicho mi padre, sino porque lo veía. Si amas "El Quijote", léeselo a tus hijos, desde pequeños, aunque no lo comprendan, porque escuchan la voz de su madre, y a través de ella transitan las palabras de Cervantes. Poco a poco van a querer regresar a esa lectura y a esa voz. Cuando no han tenido esa suerte de pequeños, a veces dicen que no les gusta leer. No pasa nada. Les lees tú. Eso he hecho con todos mis alumnos. Todos se han convertido en lectores, salvo un tanto por ciento, lo que no es ningún drama. También existe el lector absoluto. No pueden tener contacto con la realidad porque muy pronto han interpuesto el libro entre ellos y la vida. Esto también es grave. Con estos niños jugaba. Es tan importante como leer».
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