Baloncesto

Londres

El buffet de la Reina

Doña Sofía desayuna con el resto de clientes del hotel; por la tarde, al baloncesto con los Príncipes: sencillez

La Reina, en la grada y con un refresco, junto al Príncipe
La Reina, en la grada y con un refresco, junto al Príncipelarazon

LONDRES- Siete minutos después de empezar el partido en el O2 (23.000 espectadores), con empate a cuatro, se sentaron en sus lugares correspondientes la Reina, el Príncipe, la Princesa y Federico Trillo. Tres minutos después, Alejandro Blanco, que se dio la mano con José Luis Sáez –lo que una el baloncesto que no lo separe el hombre–, y Miguel Cardenal. Los cánticos, y los reiterados fallos en el tiro, eran españoles; los ruidos, y los encestes, rusos.

Las autoridades españolas, a nuestra derecha, doy fe, puedo aportar documento gráfico; Doña Letizia giró la cabeza, cruzamos las miradas, me sonrió con esa sonrisa que sólo las princesas poseen, y nos saludamos con un gesto de cabeza. Cuando acabó el primer cuarto, el marcador era de balonmano: España, 9; Rusia, 12. La inquietud anidaba entre los seguidores españoles.
Mucho antes del partido, temprano, Doña Sofía desayunó en el buffet del hotel. La Reina cuando viaja de incógnito suele hacerlo en líneas de bajo coste. Su sencillez conquista. Mucho más tarde, una hora antes del encuentro, cruce de saludos con Ricky Rubio: «Estoy muy bien, muy bien. He venido a divertirme y para apoyar a los compañeros; no es día de entrevistas. Dile a Laura –su jefa de prensa– que para que me perdones te debo una». Oído, cocina. Más tarde, al final de la primera mitad, 20-31. La selección de Sergio Scariolo no le hacía una cesta al arcoíris, valga la futbolística metáfora. Después de 20 minutos, Pau había marcado seis puntos y era el máximo anotador del equipo. Era preciso reactivarse, y afinar la puntería, que tampoco era ejemplar en las filas rusas. Si los partidos se miden por el acierto para encestar, este España -Rusia era, sencillamente, la cadena del error. Faltaba una mitad.

Lo mejor de la Selección es que sin puntería, sin rebote, sin baloncesto, no dejaba que el contrario, casi tan espeso, se escapara en el simultáneo. La final no era un albur. Pero había que espabilar. Hubo reacción: al final del tercer cuarto, 46-46 con triple de Calderón. Empezaron a verse más banderas españolas cuando a 6:46 el marcador mostraba un favorable 53-49.
Ahora era España quien ganaba el correcalles y a Marc Gasol le entraban los ganchos. En el graderío, ese cántico universal, sin exagerar: «¡A por ellos, oé!» y «¡España, España!». Ya era otra cosa, y eso que la fascitis plantar mantenía a Navarro amarrado al duro banco. ¿Y a Ibaka? Scariolo. Pero salió bien, muy bien, 67-59. España entra por segunda vez consecutiva en una final olímpica. En Francia seguirán acordándose de Brasil, puede que incluso los rusos, y los españoles, de aquel partido de hace cuatro años en Pekín, 24 de agosto, cuando les costó celebrar la plata porque pensaban que podían haber ganado a Estados Unidos.

La cita de mañana es obligada. No se habla de revancha, no hay cuenta pendiente con quienes dominan el baloncesto mundial y han sumado sus partidos en Londres por victorias. Pero tampoco de la medalla de plata.