Asturias
OPINIÓN: Alberto Contador
Elvis vive
Cuando desapareció tras fingir su muerte, a Elvis Presley le hicieron una operación de cirugía estética para que viviese bajo una identidad falsa. En realidad, jamás grabó un disco: fue el ejecutor del plan de la CIA para asesinar a Kennedy y recibió el encargo de un topo que había introducido en la inteligencia americana Fidel Castro, cabreadísimo por el desembarco en Bahía de Cochinos. Las conexiones familiares del dictador cubano con Galicia le granjearon excelentes relaciones con dos paisanos, el general Franco y Fraga. Por eso, el presunto cantante y en realidad matarife yanqui encontró refugio en la cornisa cantábrica, donde fundó una familia. Uno de sus hijos, no hay más que verle los mofletes, formó un equipo ciclista llamado ONCE, donde empezó a correr Alberto Contador. Aconsejados por unos médicos naturistas (Nico Terrados y Eufemiano Fuentes) es notorio que sus corredores jamás se apartaron de una estricta dieta de espinacas y pechuguitas de pollo. En busca de la pureza, el campeón hizo el sacrificio de integrarse en el equipo de Armstrong, con quien jamás corrieron ni Landis, ni Hamilton, ni Heras… Bajo el patrocinio del Gobierno de Kazajistán, una de esas naciones en las que el dopaje no se concibe. La mala suerte fue que el otro hijo de Elvis era ganadero en Asturias y, celoso por el éxito del pupilo de su hermano, engordó a una vaca con clembuterol e hizo llegar su solomillo hasta el plato del ciclista. Para ello, tuvo que colocar mercancía contaminada en todas las carnicerías entre Burgos y la frontera francesa; y sobornar al cocinero del hotel del Astana para que sirviese una cena chunga. Claro, claro, ahora se entiende todo.
Lucas Haurie
Cabeza de turco
Si tuviera que ponerle una pega a Contador (que sufre estos días como un animal para tratar de defender su inocencia) me atrevería a ponerle dos, aunque esté de su lado: la saturación mediática a la que se está sometiendo y la campaña de confianza ciega de sus fieles. Ninguna de las dos cosas le hace favor alguno. A Contador hay que defenderle con pruebas, con las pruebas más exigentes que puedan practicarse, y con sentido común, el argumento por excelencia en casi todas las situaciones en las que se cuestiona la honorabilidad.
Según las explicaciones de los expertos y las consultas médicas, lo que dice Contador tiene cierta lógica. Cuesta trabajo pensar, es verdad, que por un solomillo a la plancha esté el ciclista del momento en este lío, pero cuesta mucho más creer que un tipo que pasa controles casi a diario, que es analizado milimétricamente en todas las competiciones, que está obligado a mostrar su pasaporte biológico a numerosos organismos, vaya a hacer el idiota usando un producto que es detectable a las primeras de cambio, que está descatalogado, que posee una lista de contraindicaciones brutales y que sólo sería efectivo si se tomara durante mucho tiempo. Cuesta trabajo llegar a la conclusión de que en pleno Tour, cuando pasaba controles todos los días, cuando era mirado con lupa, fuera a utilizar una sustancia prohibida y peligrosa. Cuesta trabajo también no percatarse de que Contador se ha convertido en una excusa más para alimentar la guerra entre la UCI y el AMA. Un caso de contaminación alimentaria puede cargarse a un ciclista histórico. Y también a un deporte que está tocado de muerte. Sensatez y pruebas. Las que hagan falta.
María José Navarro
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