
Extrema derecha
Francia vota sin consignas
El entorno de Sarkozy cree que le beneficia la libertad de voto de Le Pen. El presidente-candidato hace un alarde de poder en el centro de París

PARÍS- Tiene, en parte, las llaves de la final del próximo domingo y Marine Le Pen quiere sacar a su calidad de árbitro el máximo provecho. Durante diez días la ultraderechista ha alimentado un falso suspense al que ayer puso, por fin, término. Como era previsible, no se decantó por ninguno de los dos finalistas aspirantes al Elíseo, a los que acusó de practicar «la danza del vientre» para seducir al 17,9% de sus electores. Una reserva de votos decisiva para ambos candidatos. Por eso, su decisión de no dar «ni la confianza ni el mandato» a ninguno de ellos y, por consiguiente, votar en blanco no causó verdadera sorpresa. Sin embargo, la presidenta del Frente Nacional, que en repetidas ocasiones asimiló al socialista François Hollande y al conservador Nicolas Sarkozy como miembros del «sistema», se abstuvo de dar consignas de voto a los casi seis millones y medio de franceses que la eligieron en la primera vuelta. Uno, representaría «una falsa promesa» y el otro, dijo, «una nueva decepción», en alusión al presidente saliente.
«Sois ciudadanos libres y votaréis según vuestra conciencia, libremente», arengó ante varios miles de militantes congregados en la parisina plaza de la Ópera tras el tradicional homenaje y desfile en memoria de su heroína, Juana de Arco. Entre sus fieles, simpatizantes que abominaban de los cinco años de sarkozysmo, pero que el domingo preferirán «repetir que votar a François Hollande». Otros optarán por el socialista en un voto «táctico». Es decir, con la esperanza, que también alberga la líder de Frente Nacional de que una derrota de Sarkozy provoque un cisma en la derecha y abra las puertas a la formación lepenista en una eventual recomposición política. Sin embargo, los sondeos muestran que la distancia se acorta entre los dos finalistas. Algo más de un 50% de los votantes de Le Pen apoyaría a Sarkozy en la segunda vuelta y menos de un 25% lo haría por Hollande. El resto cedería al voto blanco o la abstención, según las encuestas. Para la ex candidata presidencial, inmersa en otra batalla, la de las legislativas de junio, el duelo presidencial es mera anécdota. Permitiéndose incluso ironizar sobre la cita del 6 de mayo. «No será un presidente de la República lo que se elija, sino un simple empleado del Banco Central Europea, un subgobernador de finanzas de Bruselas», remachó tras una encendida defensa de la soberanía nacional. La ultraderechista, que reservó lo más granado de sus críticas a Sarkozy, quien intenta «desesperadamente salvar su reelección», confía en reeditar en junio y bajo las siglas de «Unión azul ‘Marina'» (Rassemblement bleu Marine) el histórico resultado de la primera vuelta, que calificó de «éxito extraordinario».
«Con casi un 20% ya hablan como nosotros. Con un 30 o un 40 nuestras ideas estarán en el poder», se jactó, erigiendo a su partido «en centro de gravedad de la vida política». Proclamaciones a las que fue ajeno Nicolas Sarkozy, que poco después reunía en París a 200.000 personas –según los organizadores– para contrarrestar las manifestaciones sindicales, apoyadas por la izquierda, y el desfile del Frente Nacional. En un discurso menos agresivo que de costumbre y de mayor calado político, el candidato del partido gobernante, UMP, se alzó como verdadero defensor del «valor trabajo». Un discurso abierto, con el que pretendía abarcar desde el electorado tradicional de centro-derecha a los votantes «lepenistas» y acortar distancias con Hollande, el favorito de los sondeos.
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