Oslo
«Todos vais a morir»
Los jóvenes del curso laborista vieron llegar al policía y se aliviaron. Pero, entonces, comenzó la carnicería.
Faltaban unos minutos para las cinco y media de la tarde y la rutina se había roto en la isla de Utoeya. A más de 40 kilómetros de Oslo, los adolescentes que participaban en la tradicional universidad de verano del partido laborista noruego no habían llegado a escuchar el tremendo estallido que, dos horas antes, había destrozado el centro político del país, matando a siete personas y dejando a decenas heridas. Pero las nuevas tecnologías les habían llevado puntual la noticia de lo ocurrido. En las pantallas de los móviles se veían las llamas que surgían de la sede del Gobierno y el caos de escombros y cristales en que se había convertido el edificio del Ministerio de Petróleo y Energía.
Hana, de 16 años, estaba allí y aún se encuentra confusa. Pero de su relato se desprende que un grupo numeroso de los acampados se había reunido frente al comedor para intercambiar impresiones sobre lo ocurrido. Uno de ellos, Jorgen, vio llegar a un policía. «Era alto y rubio. Llevaba una especie de saco al hombro y una bolsa a la espalda. Se acercó a nosotros y nos dijo que nos reuniéramos con él, que quería hablarnos. La verdad es que me sentí más tranquilo. Alguien venía a protegernos».
De pronto, Hana le escucho decir «¡Todos vais a morir!», al tiempo que se encaraba un arma, «una especie de fusil». Cosas de la mente, fue entonces cuando Hana se fijó en que el policía llevaba tapones en los oídos.
Matanza fue metódica
La primera víctima fue, a decir de un superviviente, «la chica más guapa que vio». Algunos jóvenes, muchos casi niños, víctimas del pánico se quedaron paralizados otros, como Hana, corrieron despavoridos. Jorgen se tiró al lago, como otros muchos. «Fui el último –cuenta– en lanzarme al agua. Pero la ropa y las botas, mojadas, me arrastraban al fondo. Empecé a tragar agua y tuve que volver a la orilla. Allí me hice el muerto». Otros, no se sabe cuántos, se ahogaron.
El asesino recorría lentamente el perímetro. Disparaba con calma y apuntaba bien. A la hora de cierre de esta edición el número de muertos en la isla se elevaba a 85. Remataba a los heridos. María, de 15 años, oculta tras una roca, lo tuvo tan cerca que «le oía respirar». En cuanto se alejó, llamó a sus padres. «Me dijeron que mantuviera la calma y que me quitara el chaquetón rojo que llevaba puesto para que no me viera entre los árboles». Otros no tuvieron tanta suerte. Escondidos en las cabañas, bajo los catres, el tirador lo tuvo fácil. «Me quedé quieta –relataba otra joven– cuando escuché que los disparos se acercaban. Pero en la pieza de al lado los chicos se pusieron a gritar y él lo oyó».
La Policía noruega ha reconocido que sus efectivos tardaron casi una hora en llegar a la isla. «El tirador se entregó sin más. Simplemente arrojó las armas al suelo. llevaba mucha munición. Ahora le estamos interrogando, pero no colabora mucho. No sabemos todavía si ha actuado solo o con cómplices. Lo estamos investigando. No es fácil la comunicación con él», explicaba un portavoz de Interior.
La confusión continuaba ayer en Oslo, 24 horas después. Ni siquiera había una cifra final de muertos. «Rastreamos el lago y sabemos que hay más cadáveres entre los escombros de los edificios, pero es posible que hayan sembrado más explosivos». La nación sigue en shock. Un monstruo nacido de entre los suyos ha despertado a Noruega de su merecida ensoñación pacifista.
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