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El tsunami que paró el reloj de Ofunato a las 3:25

Desde el viernes 11 de marzo en Ofunato son las tres y veinticinco. El reloj municipal cuelga cabeza abajo de un pedestal de piedra, inmortalizando el momento exacto en el que la ciudad fue sepultada bajo el agua.

El RELOJ DE LA CIUDAD sumergida de Ofunato emergió ayer reflejando la hora en que llegó el tsunami
El RELOJ DE LA CIUDAD sumergida de Ofunato emergió ayer reflejando la hora en que llegó el tsunamilarazon

El tsunami sumergió casi un 80% de la superficie de esta tranquila localidad de pescadores de más de 40.000 habitantes, dejando un saldo aún indefinido de muertos y cientos de desaparecidos. Nueve días después, el mar ya ha vuelto a su sitio y la ciudad emerge como un pestilente lodazal de escombros y muerte. En un ventanal del segundo piso del «Pub Montana» se ha quedado atascado un Toyota; y sobre dos edificios de cemento se bambolea un enorme pesquero, cuyas redes se extienden por las fachadas. Unos metros más allá, una excavadora desescombra una casa de madera retorcida como si fuera de plastilina, que se sujeta encima de un amasijo de automóviles. El termómetro ronda los cero grados y la llovizna constante no sólo resulta incómoda: también hay quien teme que arrastre radiación nuclear de la central de Fukushima, situada a160 kilómetros.

Aunque los equipos de rescate encontraron ayer mismo a una anciana y a un adolescente con vida en un pueblo cercano, en Ofunato se han evaporado las esperanzas. Un muchacho contempla mudo los restos de lo que fue su casa. Mientras, una señora intenta salvar de entre los escombros algunas pertenencias. En las zonas más cercanas al puerto, el suelo es una manta pegajosa de desechos, digeridos por la corriente y la humedad, sobre los que enormes pajarracos negros sobrevuelan en círculos, graznando y aterrizando para picotear los restos. Entre los escombros se distinguen los cimientos de las viviendas y se identifican restos de vida cotidiana: una sartén, dos patatas, la foto arrugada de una pareja sonriente, un vinilo de los «Rsycho Chicken», un zapato, una bicicleta, un mando a distancia…

 También en las escasas zonas a las que no llegó el agua hay evidencias de la tragedia: una máquina de Coca-Cola permanece despanzurrada en la calzada, abierta en canal y saqueada por los supervivientes. Hasta que llegaron los equipos de rescate, no tenían agua potable, ni electricidad y dormían en las ruinas de un teatro, el único gran edificio a salvo. Los refrescos extraídos de les permitieron mitigar la sed.

«Ahora tenemos agua racionada y comida, aunque no mucha. También unas mantas y algo de keroseno para las estufas. Pero lo hemos perdido todo. El tsunami se ha llevado mi casa y mi coche, también la cartilla del banco y mis documentos, así que no tengo dinero ni identidad.

Dependo de la caridad», asegura Totomo Hirayama dentro del pabellón de deportes de un instituto convertido en centro de refugiados, donde cientos de familias separan sus espacios levantando paredes de cartón de 20 centímetros. La anciana Hisaro Sasaki dice que todavía no ha pensado en su futuro. «No sé qué hacer. Por ahora necesito un sitio para lavarme. Estoy contenta porque no sabía dónde estaba mi hija y el jueves la encontramos». Como ellos, en Ofunato hay más de 8.000 desplazados, muchos con heridas graves.

Lo que queda de esta ciudad se encuentra justo en la frontera entre las provincias de Iwate y Miyagi, en una de las áreas más rurales y pobres de Japón, alejada de los rascacielos del próspero sur y de sus plantas industriales. Muchas casas estaban levantadas con materiales endebles, como la madera. Los equipos de rescate tardaron días en abrirse paso y bombear el agua emponzoñada.

Quizá por eso, de la devastación de las provincias septentrionales no empezó a hablarse hasta mediados de la semana pasada. Justo cuando la tragedia del tsunami fue bruscamente desplazada por la emergencia radiactiva. Muchos supervivientes han sido trasladados ya a hospitales o esperan a que se les haga entrega de casas provisionales de 30 metros cuadrados.

Pero un puñado no tiene adonde ir y esperan a que se decida qué hacer con ellos. En este último grupo se encuentra un grupo de niños que juegan en las colchonetas. «Varios no saben dónde están sus padres. Estaban en la escuela y allí no llegó el agua. A sus familias el terremoto les descubrió faenando o en casa. Sólo tuvimos quince minutos para reaccionar», asegura Ichiro, un maestro cuya casa no ha sido dañada, pero que duerme en el centro de refugiados para ocuparse de los niños.

Un grupo de soldados abre con palas el último tramo del camino que lleva al puerto. Al final del recorrido, un grupo de pescadores charla y fuma. Entre quienes vivían en este barrio, los más afortunados sólo han perdido sus barcos y sus casas. «La ola vino, se lo llevó todo y aquí estamos ahora», resumen.


La situación aún es «muy seria», según el OIEA
 El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) continúa mostrando cautela frente al estado de la planta nuclear de Fukushima y, si bien reconoce que ha habido «avances positivos» en los últimos tres días, advirten de que la situación «aún es muy seria», expresó ayer el asesor científico del organismo, Graham Andrew. Desde el sábado se ha logrado refrigerar los depósitos de combustible de los reactores 5 y 6 y restablecer la electricidad en el reactor 2, aunque preocupa la temperatura de las piscinas en el resto. Por otro lado, el Gobierno nipón confirmó que desmantelará la central cuando todo pase.