Champions League

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Un líder sin piedad

A reventar. Sólo era un partido de Liga; pero jugaba el líder, un plus, contra Osasuna o lo que de él quedaba. Nueve bajas; plaga que diluye cualquier proyecto. Mendilibar no miró a la enfermería sino al césped. Completó cada línea, intentó fortificar al equipo y levantó una muralla en las inmediaciones de Andrés Fernández, que encajó siete goles. El de la honrilla fue de Ibrahima

Cristiano lidera con un triplete la goleada blanca ante Osasuna
Cristiano lidera con un triplete la goleada blanca ante Osasunalarazon

Madrid- No dio Osasuna facilidades. Se cerró bien, sin dejar huecos, sin renunciar al ataque, a la velocidad de Ibrahima y a la inspiración de Nino. Sacó un córner a los 17 minutos, sin consecuencias. Tampoco las tenía la presión del Madrid, morador del campo contrario, un «okupa». La invasión no le lucía. El sol de la mañana, más que acelerarle, le acunaba. No es que no corriera o que no presionara, se enredaba en la poblada defensa osasunista. El gol se resistía.

Los hombres de Mendilibar defendían con orden, protegían al portero, pero vivían en el alambre. Veían a los del Madrid encima, empeñados en amargarles la visita. Era cuestión de tiempo que alcanzaran el objetivo, cumplido cuando Di María, el generador de goles por excelencia, centró desde la derecha, peinó Cristiano y superó a Fernández, adelantado.

Con el gol, la sesión matinal dejó de tener efectos perniciosos para el Madrid, tan poco habituado al horario asiático como cualquiera de sus contrincantes en Primera División. La ventaja multiplicó sus ansias de victoria, pero no derrotó a Osasuna, que, tras recuperarse de un nuevo susto que le dio Di María, mejor proveedor que artillero, aprovechó una falta en la frontal del área madridista para manifestar su inconformismo. Protestaban los madridistas al árbitro en lugar de pedir barrera, Raúl García colocó el balón, vio a Ibrahima desmarcado, sacó y su compañero aprovechó el desbarajuste blanco para empatar. Mourinho se quejaba al colegiado; Casillas regañaba a sus defensores.

La alegría dura poco en casa del pobre, es tan efímera que, cuatro minutos después de celebrar Osasuna la picardía de Raúl e Ibrahima, Di María volvió a liársela. Otro centro suyo desde la banda derecha y otro cabezazo letal, ahora de Pepe, enrabietado y volcado al ataque, como su equipo. El 2-1 fue el preludio del 3-1. Los osasunistas ya no se mostraban tan seguros porque los madridistas les atosigaban. No les daban facilidades para contragolpear y les costaba Dios y ayuda contrarrestar el incontestable dominio. Sólo Casillas estaba en su campo y Andrés veía delante de él tantas camisetas rojas como blancas. Era un asedio, no sólo del «Bota de oro», apetito voraz, insaciable. Pero en el Madrid no es Cristiano el único que dispara, aunque es quien más ensaya; hay otros. Puede marcar un central, como Sergio Ramos, o como Pepe, que lo demostró. O Higuaín. Sí, el «Pipa» estaba jugando, le tocaba a él y a Benzema, el banquillo; no se le veía demasiado porque se mezclaba con los demás en incesantes combinaciones. Pero Higuaín, más o menos perceptible, siempre está, es un rematador, un goleador, un «killer» a quien no se le puede conceder un milímetro. Y lo tuvo, algo más, cuando el inefable Di María le pasó la pelota y, después de un recorte, apuntó a la escuadra izquierda de Andrés Fernández y clavó el 3-1.

No cabía hacer reproches a Osasuna. Sin nueve titulares, con líneas enteras repobladas, su fútbol resultaba más agradable que el de cualquier representante del Calcio. Su desdicha, no obstante, era que enfrente tenía al Madrid, líder abrumador con un fondo de armario inmejorable. Tan evidente que se lesionó Di María, tres pases de gol en este encuentro, y le relevó Benzema sin que el cambio desmejorara su aspecto.

A los osasunistas les resultaba cada vez más difícil atajar las oleadas madridistas y corrían más riesgos. Le sucedió a Satrústegui, incapaz de evitar la internada de Özil sin hacer falta. La cometió, llegó tarde, fue penalti, vio la segunda amarilla, Ronaldo no perdonó y Osasuna se dispuso a terminar el partido con diez jugadores y algo más de media hora por delante. Un cáliz. Lo sabía, preveía el martirio, porque en este segundo tiempo el Madrid mostraba una ambición y una condición física tan extraordinarias como en otras primeras partes recientes y de imborrable recuerdo.

Si antes centraba Di María, ahora lo hacían Arbeloa, para el tercero de Cristiano, un cabezazo majestuoso que recordaba a aquél de la Copa del Rey, y otro balón de recuerdo; o Coentrao, con el 6-1 de Benzema, qué bueno es Benzema. El Madrid no tenía rival, abatido, ni piedad. Aprovechó entonces Mourinho la comodidad con la que se desenvolvía su equipo para dar la alternativa a Sahin, aquel jugador que se lesionó en abril después de ser la sensación de la Bundesliga.

Sahin luce el 5, otra zurda de seda; con galones, lanzó una falta, fuera. Le colocó Mourinho por delante de Alonso. Es complemento creativo, o alternativa de Xabi. Hay que verle. Tiene toda la carrera madridista por delante. Mientras, Arbeloa se postulaba como abastecedor de Benzema y éste marcó el segundo, con la izquierda. La goleada era tan merecida como exagerado el castigo de Osasuna, para quien el reloj no avanzaba. Un suplicio. Doloroso como el 8-0 del Camp Nou; más justificable, quizá, por las masivas ausencias, que no advirtió el Madrid, con la mirada puesta en la portería de Fernández, un buen portero pese al 7-1.

 

Sahin, lesionado en abril, debuta con el Madrid
Mourinho se queja de la afición del Bernabéu, impasible cuando el equipo no encandila. La afición del Madrid es exigente e inconformista; pero sabe agradecer los gestos, el buen fútbol, el esfuerzo, y premia el detalle. Mourinho recomendó el fichaje de Sahin, la sensación de la Bundesliga. El Madrid lo fichó enfermo. El jugador turco encadenó tres lesiones musculares, su recuperación era un reto. Ayer, siete meses después de su último partido, debutó con el Madrid. El Bernabéu le recibió gozoso, le ovacionó. A 25 minutos del final sustituyó a Özil. «Esto es casi mi pretemporada –dijo–. He tenido poco tiempo para entrenarme». Confesó que saltó al campo nervioso: «Era mi primer partido ante la afición. Pero en cuanto pasaron uno o dos minutos me sentí muy seguro. Estoy contento. Para mí es un día muy bueno. Doy gracias a la afición, a mis compañeros y al míster por apoyarme. Ahora me toca trabajar a mí para ayudar al equipo». Todos le dieron la bienvenida y resaltaron su calidad.