Historia
Alertas por Andrés Aberasturi
Cuando entonces, no nos decían; salía Mariano Medina (el hombre del tiempo) y señalaba con un puntero en un mapa cutre los datos recibidos del «el barco K». El barco K llegó a obsesionarme porque siempre estaba fondeando en el mismo sitio, en mitad de la nada, aburridísimo y misterioso. Pero salvo mis elucubraciones con las isobaras del barco K, si hacía calor, hacía calor y si tocaba frío pues ya se sabía que llegarían los sabañones. Eso era todo. Ahora no. Ahora nos pasamos la vida en un ay oficial y amanecemos casi sin saberlo en una amplia gama de alertas de colores por lluvia, falta de lluvia, sol, falta de sol, viento o calma chicha. Que no digo yo que esté mal, que más vale prevenir que curar y que Protección Civil precavida vale por dos y todos los refranes que usted quiera añadir. Pero tengo para mí que se pasan un pelín. A los que somos sensibles a todo lo oficial y, además, algo miedosos, despertarse en alerta naranja nos alebresta mucho y se convierte directamente en trauma cuando se nos lanzan esas recomendaciones sobre el peligrosísimo del «golpe de calor». Yo salía a la calle más o menos tranquilo aun reconociendo que vaya calorazo, hasta que ¡zas! alguien me dice que estábamos en alerta y me hablaba del «golpe de calor». Inmediatamente empezaba a sentir como si la tierra no fuera firma bajo mis pies y calculaba angustiado si me daría tiempo de volver a casa antes de morir sobre el asfalto. Claro, ya no salgo en alerta. Pero como resulta que casi siempre estamos en alguna alerta, me estoy convirtiendo en un exiliado de Protección Civil, en una especie de anacoreta doméstico a resguardo de un tiempo inclemente y estado hiperprotector. De hecho, ya he pintado dos bisontes en la pared de la cocina.
✕
Accede a tu cuenta para comentar