Policía
CRÓNICA NEGRA / Ladrones de familia bien por Francisco Pérez Abellán
A principios de mes, en Madrid, cuatro chicos jóvenes, entre los 17 y los 21 años, hijos de familias acomodadas, fueron detenidos por dedicarse al robo con fuerza. Los chicos vivían en casas confortables, con familias estructuradas, sin trastornos sociales aparentes. Y sin embargo estaban aburridos de la vida que llevaban. Llenos de melindres, angustia vital y estrés postraumático. Son chicos caprichosos de una burguesía instalada y dominante, en la que los padres quedan secuestrados por sus trabajos y los chicos instalados con mucho tiempo libre en sus jaulas de oro. A su modo forman parte de una delincuencia de 2010. La legalidad es tan pesada y aburrida para chicos a los que les desbordan las hormonas que es como si se les empujara al delito. Aun así no es un fenómeno totalmente nuevo. Ya en 1924, en Chicago, USA. Dos chicos millonarios, Nathan Leopold y Richard Loeb, de 19 años, dieron muerte al pequeño Bobby Franks, de 14. Leopold era un ser pequeño y frágil, con los ojos saltones. Se sabía feo y su fantasía sexual era ser esclavo del Superhombre. Conoció a Loeb y se hizo su amigo íntimo. Ese soporte le ayudaba a sobrellevar las crisis de desmayos y espumarajos por la boca que tenía. El 21 de mayo de 1924, Bobby Franks fue secuestrado a la salida del colegio. Pocas horas después los autores se ponían en contacto con la madre a la que comunicaban los que habían pasado. El día siguiente los Franks, dueños de una importante fortuna, recibieron una carta con la petición de diez mil dólares de rescate.En ese momento el chico ya había sido asesinado. Horas después, un empleado del ferrocarril encontró el cuerpo en un canal de desagüe en el lago Wolf. En seguida hallaron la máquina donde se escribieron las condiciones del rescate. Estaba en las agua del estanque del parque Jackson.Un jefe de estación encontró unas gafas en el lugar donde había estado el cuerpo de Bobby. Eran unas gafas de concha muy originales. Se habían vendido sólo tres unidades. La policía encontró a su propietario: Nathan Leopold. Era hijo de un millonario, tenía 19 años y una fe inquebrantable. Dominaba nueve idiomas y su pasión era Friedrich Nietzsche.La policía supo, por él, de otro joven millonario, brillante con el que fue a pasear el día del crimen. Sin embargo en ese momento cayó en que Loeb estaba siendo interrogado por la policía. Y comprendió que estaba perdido. Tanto él como su amigo Loeb entraron bajo el ojo del huracán. Los dos jóvenes habían cometido aparentemente un asesinato absurdo. Sus familias eran ricas, vivían en mansiones. Eran unos delincuentes pervertidos que rechazaban todos los límites. Fueron niños débiles que se desarrollaron lentamente, con taras y complejos. Educados por institutrices, casi abandonados a sus cuidados. Leopold fue seducido por su institutriz y empujado hacia el mundo sado. Al conocer a Loeb, le tomó por el Superhombre de Niertzsche y se avino a ser su esclavo. Juntos se sentían perfeccionados, como una entidad superior. Mataron para demostrar su superioridad. Finalmente fueron condenados a cadena perpetua por asesinato y a 99 años de cárcel por secuestro. Loeb fue asesinato por otro prisionero el 28 de enero de 1936, a los treinta años. La vida de Leopold y Loeb no fue muy distinta, excepto por lo de salir del armario, de la de otros miles de pasajeros.Objetos de valor y pequeñosEl pasado mes de abril, vecinos de la zona oeste de la región empezaron a tener conciencia de las ternuras. La intervención de grupo era muy tradicional y entraban por alguna de las ventanas. Se llevaban objetos de valor no muy grandes y algún cacharro mediano. Los robos eran planeados como episodios completos hasta que reprodujeron enfrentamien- tos con sus compañeros.Los ladrones no estaban fichados y la primera pista que permitió olfatear al grupo fue la localización de un móvil robado. Estos robagallinas declararon a la Guardia Civil que se planteaban los robos como un reto para salir de la abulia y encontrar una experiencia rica en adrenalina. Los chicos son hijos de familia asentadas en Boadilla del Monte, Las Rozas, Majadahonda y Villafranca que no daban crédito a lo que habían hecho sus hijos. Ellos quedan para ir de copas y se planteaban los robos como un reto. Deambulaban hasta que encontraban el lugar y allí abrían la puerta principal de la casa por la que sacaba enseres de valor como pantallas de plasma. La mayoría de las veces se repartían el botín sin importarles que fuera de sus vecinos. Tres de los acusados fueron trasladados a prisiones y el menor acabó en un centro de internamiento.