
País Vasco
La especie animal que solo vive en el País Vasco: en el resto de España no puede sobrevivir
Un pequeño anfibio que sólo subsiste en un rincón de Guipúzcoa se ha convertido en símbolo del frágil equilibrio de la biodiversidad vasca

En los montes de Mendizorrotz, entre los municipios de Donostia, Orio y Usurbil, habita una criatura diminuta que, aunque pasa desapercibida para la mayoría, es única en España: la ranita meridional (Hyla meridionalis), más conocida en el País Vasco como la ranita de Igeldo. Este animal, de apenas unos centímetros de longitud, no solo es endémico del territorio vasco en su forma más septentrional, sino que también se encuentra en peligro crítico de extinción. Su existencia depende casi por completo del frágil equilibrio de los humedales vascos.
La rana que es única y sólo puede vivir en el País Vasco
Originaria del norte de África y el suroeste de Europa, la ranita meridional ha encontrado en el macizo de Mendizorrotz un microhábitat excepcionalmente adecuado. El clima templado y húmedo de la cornisa cantábrica, sumado a la existencia de charcas temporales y una vegetación autóctona aún sin urbanizar en ciertas áreas, permite que esta especie lleve adelante su ciclo vital: desde la puesta de huevos en primavera hasta su vida adulta, alternando entre agua y tierra.

Sin embargo, este hábitat tan específico es, paradójicamente, su mayor debilidad. En el resto de España, donde los veranos son más secos y las transformaciones del suelo más agresivas, simplemente no puede sobrevivir. Es una especie extremadamente especializada que depende de dos ecosistemas distintos, el acuático y el terrestre, y cualquier alteración en uno de ellos la deja indefensa.
Aunque muchos donostiarras recuerdan a la ranita como símbolo del Gipuzkoa Basket o como icono en los autobuses Dbus, la situación actual del anfibio está lejos de ser motivo de orgullo. Según los datos del último censo elaborado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2019, únicamente se contabilizaron 235 machos cantores en las charcas del entorno de Mendizorrotz. La cifra representa una disminución del 15% con respecto al año anterior y se sitúa muy por debajo del máximo registrado en 2003, cuando se contaron 411.
La tendencia descendente es clara. Y según señala Ion Garin, biólogo y miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, es preocupante. Los expertos coinciden en que esta especie no es sólo una víctima, sino también un termómetro del estado de salud del medio ambiente. “Los anfibios viven en este mundo desde hace 200 millones de años, desde la época de los dinosaurios. ¿Cómo puede ser que se hayan mantenido todos estos años y ahora se encuentren en grave declive?”, advierte Garin.
La ranita de Igeldose enfrenta a una combinación letal de amenazas. La principal: la transformación del terreno. Los humedales donde antes criaban han sido ocupados por viviendas, carreteras o infraestructuras agrícolas. Aunque se han llevado a cabo esfuerzos por crear charcas artificiales, estas no siempre reproducen las condiciones ideales que requiere la especie.
A eso se suman enfermedades emergentes, como la quitridiomicosis, una infección fúngica mortal para los anfibios, y la presencia de especies invasoras. El abandono de mascotas exóticas en libertad, como peces o tortugas, introduce patógenos y altera la cadena alimentaria, alertan los biólogos. Un simple gesto, como liberar un animal no autóctono, puede tener consecuencias devastadoras para poblaciones locales como la de esta ranita.
Desde 2001, la Diputación lleva un seguimiento constante de la especie. Se han creado charcas, se vigila la presencia de depredadores introducidos y se promueven campañas de concienciación. Pero los resultados son modestos. La ranita sigue clasificada como “en peligro de extinción” desde hace más de 25 años, y la pérdida de ejemplares no se ha frenado.
La ranita de Igeldo es un símbolo del País Vasco. Protegerla no es sólo salvar una especie, también es garantizar que las generaciones futuras puedan convivir con la riqueza natural que hoy está a punto de esfumarse.
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