Castilla y León
OPINIÓN: A Miguel A Palacios Garoz
Castellano de Burgos, en cuya universidad has enseñado y de cuya vida intelectual has formado parte como académico de la Institución Fernán González, acabas de estrenar tu jubilación junto a tu inseparable Pilar estableciéndote en Ecuador. Allí conociste una vez a quien habría de ser tu maestro, el gran filósofo español Juan David García Bacca. Y, con tu tesis sobre su filosofía de la música, empezaste a descubrir una patria más universal que la de la lengua y la tierra: el lenguaje de la música, el único lenguaje verdaderamente hecho de silencio y de luz. Por eso has emigrado a un lugar donde el silencio y la luz puedan darte cada día su ecuador, es decir, su plenitud de gozo. Y te has llevado allí la única soledad que un hombre puede soportar: la de la compañía. Quiero decir que has ido en compañía de quien te encontró sin ella y no sin ella, por cierto, pues la esperabas de algún modo, sin conocerla. Recuerdo una vez que nos hablaste en Silos de cómo espera nuestro oído que acabe la melodía una vez empezada: así la vida misma, pues la sentimos presintiéndola, esperando su fin con la serenidad que sólo puede inspirarnos la certeza de haber alcanzado ya su ecuador. Pero la serenidad del ecuador en el gozo de la música no es un sentimiento de pura finitud. No deja en el ánimo el sabor agridulce de la nostalgia. Cuando la luz y el silencio que tú amabas ya huyendo cada día del mundanal ruido y del brillo social en tu ciudad natal se nos regalan disponen nuestro espíritu para la novedad. Y la novedad te ha visitado con esa iglesia llena de juventud y de limpia alegría, la iglesia de los pobres que tiene un rostro castellano y carmelita en la figura del obispo López Marañón. ¡Luz, más luz!
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