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Si se cumple el calendario previsto y el Gobierno sigue hasta marzo de 2012 nos espera un panorama similar. Rodríguez Zapatero se va como llegó, con una campaña electoral manchada por la manipulación, la transgresión de la ley y, en el caso de los días que acabamos de vivir, por la suspensión de las leyes a cargo del ministro del Interior y de su presidente. Esto último con el intento de allegar para la izquierda algunos de los centenares de miles de jóvenes que votaban ayer, muchos de ellos por primera vez, condenados a la frustración por la política gubernamental. Se les ha estafado en los estudios, se les ha engañado en cuanto al horizonte profesional y vital, y estos días se les ha utilizado descaradamente para una maniobra electoral. Si se cumple el calendario previsto y el Gobierno socialista sigue hasta marzo del 2012, nos espera un panorama más o menos similar al siguiente. En un plano menor, continuará la creación y promoción de derechos que ha sido marca de la casa, en este caso el de la muerte digna y la eutanasia. Es posible incluso que se planteen retoques pequeños en leyes importantes, como la ley electoral, para dar algún tipo de satisfacción a su denominada «Spanish Revolution».

Continuarán las negociaciones con la banda terrorista ETA con la esperanza de alcanzar algún tipo de foto final. Para ello, sin embargo, José Luis Rodríguez Zapatero cuenta un Gobierno débil y una ETA reforzada con su presencia en los ayuntamientos y las instituciones locales. Antes, los etarras no iban a dejar de pedir lo que un Gobierno español no puede darles. Ahora van a exigirlo más que nunca. José Luis Rodríguez Zapatero habrá hecho aún más difícil cualquier solución, incluida –si es que esta fuera posible– la negociada. El Gobierno tampoco podrá dejar de tomar las decisiones que se le exigen, y que le exige la propia lógica económica, para flexibilizar y liberalizar la economía española y dar alguna salida a la frustración de los «revolutionaries» (en «espanglish»). Eso sí, será difícil que nadie quiera llegar a acuerdos con un Gobierno tan desacreditado. Por si fuera poco, ese Gobierno acaba de tomar una vez más una posición en contra de las mismas reformas que tiene que adoptar. Como hizo con los «sindicatos de clase», ahora ha amparado y fomentado un movimiento en contra de unas reformas que sabe imprescindibles.

Hasta ahora, el presidente del Ejecutivo ha hecho de oposición de la oposición. Ahora jugará a ser oposición de sí mismo. Los gobiernos autónomos y los ayuntamientos recién elegidos habrán de iniciar un cambio muy serio y muy profundo en el gasto. Se ha acabado la fiesta, pero José Luis Rodríguez Zapatero piensa continuarla, como estos días en la Puerta del Sol, animando e intentado liderar la oposición a esos gobiernos sobre los que hará recaer toda la responsabilidad de las reformas. Además del efecto de desgaste, habrá que ver hasta qué punto esto anula cualquier posibilidad de articular un discurso político reformista. A José Luis Rodríguez Zapatero no le queda más salida que irse. Ya.