Calzado
Olores y visiones por Andrés ABERASTURI
La cosa debió de empezar con esa pregunta etérea, poética y casi filosófica: ¿a qué huelen las nubes? Y de ahí pasamos en un abrir y cerrar de alas a que si ya es duro decir que uno tiene hemorroides, ni te cuento lo que es tener que padecerlas; acto seguido apareció la menstruación vestida de rojo persiguiendo a adolescentes y ahora ya no vale todo: una señora nos asegura que a ella se la puede recordar por muchas cosas menos por el presunto olor a pérdidas de orina. Un tipo se rasca con auténtica fruición los pies porque no ha descubierto aún el lápiz que elimina los hongos de las uñas. Y todo a la hora de comer, desayunar o cenar. Ya sé que es mucho peor un informativo, pero como bien decía el presidente andaluz, que Zapatero sea malo no quiere decir que el PP sea bueno o, dicho de otra forma, que el mundo sea un desastre y nosotros unos pobres mortales llenos de imperfecciones no significa que nos lo tengan que recordar hasta en los anuncios. No me considero un remilgado, pero reconozco que la señora que no huele a pérdida de orina y ese primer plano de una uña llena de hongos han llegado a obsesionarme un poco. Entro en los autobuses como un sabueso arrugando esta enorme nariz que me acompaña en busca de olores sospechosos y, con la llegada del calor, camino por las calles en busca de sandalias –ese horror– incapaces de esconder una uña con hongos. En honor a la verdad debo reconocer que en la cuestión olfativa sólo he notado la falta de desodorante y que no he visto ningún hongo, aunque esa fijación por los pies –en absoluto fetichista sino obsesiva por culpa de la publicidad– me ha llevado a observar la infinita y curiosa variedad en la distribución de los dedos de los pies. Pero de eso hablaremos otro día.
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