Museo Reina Sofía
Arte contemporáneo por Sabino Méndez
Ahora que ya ha pasado cierto tiempo desde que terminó Arco (la feria madrileña de arte contemporáneo), una pareja de amigos decidió este fin de semana invitarnos a varios íntimos a su casa para enseñarnos el cuadro que allí adquirieron. Como cuando me dijeron por teléfono el nombre del artista quedé convencido de que se trataba de una nueva marca de frigorífico, me presenté en la cena absolutamente desprevenido. No pretenderé explicarles mi sorpresa. No hablaré del cuadro. No describiré la obra. Para que se hagan una idea difusa y no traumática, diré que era una de esas viñetas conceptuales de explicación endeble que quieren pasar hoy en día por arte.
Por un momento, la mordacidad general se desbordó y se comentó incluso que si tal artista conseguía algún día transmitir algo a las nuevas generaciones sería únicamente, con toda probabilidad, alguna enfermedad venérea.
Nuestra anfitriona era una extravagante gigante de tres o cuatro metros de altura que, con una imparcialidad excepcional, ha sido siempre capaz de liquidar tanto a varones como a féminas, igualitariamente. Así que esa brava mujer no tuvo problemas para restablecer rápidamente la armonía y, en cuanto nos llamó al orden, pasamos diplomáticamente como buenos huéspedes al comedor. Y debo decir que allí la cena fue, entonces, una obra de arte de tal calidad artística que me hizo pensar en dejar de frecuentar galerías y dedicarme tan sólo a los restaurantes.
Tendríamos que empezar a preguntarnos si no son los profesionales de la gastronomía quienes, desde ya hace tiempo, nos ofrecen las emociones estéticas de una manera más cierta y pura. El resto de los artistas, si insisten con eso de dejarse llevar por el primitivismo sentimental ambiente, da más bien la sensación de que terminarán haciéndose daño o hiriendo a alguien.
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