Flamenco

Pollo a la Pantoja

La Razón
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Se veía venir que todo el gazpacho del juicio de la «operación Malaya» no iba a tardar en convertirse en una nueva versión de cómo armar el pollo a la Pantoja. La receta está tan gastada como una fotonovela en reposición y tiene todos los ingredientes tópicos: el ex alcalde trincón y patatero, la gallinácea ultrajada, los concejales chorizos, el chup-chup de la jefa de la oposición, la palmera flamenca en harina y el resto del coro en el saco de la Marbella de toma el dinero y corre a bailar metidos en la cazuela.
Y de pronto, en medio del batiburrillo, se eleva una voz desde el fondo, con un timbre único, la pasión visceral de un sentido trágico en las venas: «¡Hoy quiero confesar…!» ¿Cómo? ¿Qué? ¿Por fin? Pues no. Por si hay alguna pregunta en el aire, sólo quiere confesar que estuvo enamorada, por acallar los rumores de aquella esquina, confesar que está algo cansada de llevar esta estrella que pesa tanto, pero de cantar, cantar, a la verita del juez, de esa canción esperada, todavía no ha salido el disco.

Un episodio más
Así que van y le cascan a la tonadillera una fianza de 3,7 kilos de vellón para evitar ir tras las rejas a entonar coplas tristes que engorden su leyenda trágica. Mientras las autoridades sanitarias siguen preguntándose dónde han ido a parar aquellas célebres bolsas de basura cargadas de vil papel morado en su ir y venir más ajetreado que el baúl de la Piquer. Todo esto, en cualquier caso, no deja de ser un episodio más de la ya añeja caza a la folclórica convertida en deporte nacional que no acabará hasta que la cuelguen de los bigotes, porque la Pantoja cae mal y se puede quejar con razón de que le tienen manía. Ahora sólo falta que le busquen más la ruina y le embarguen desde el pollo a Paquirrín, que no vemos al mozo precintado en celofán, pobrecito mío.