Proclamación de Felipe VI
50 y el Senado entero
A pesar de la brillantez, la idea se ha quedado corta. Mariano Rajoy podía exprimir su clarividente iniciativa y hacerla sideral. Su proyecto de suprimir 50 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados es sobresaliente. No sólo por lo que significa de ahorro en un momento de crisis y de precariedad en la vida de millones de españoles, sino por la defensa de la eficacia. Los españoles no necesitamos tantos padres de la patria. Dicho esto, coincido con mi amigo Rogelio en que el futuro presidente del Gobierno debería aprovechar para, a la vez de poner en orden al colectivo de la madrileña carrera de San Jerónimo, meter mano al Senado y propiciar su desaparición. Después de haber obviado convertirlo en una Cámara de representación territorial, la Cámara Alta ha demostrado fehacientemente su inutilidad. Hemos visto muchas veces cómo sale un proyecto de ley del Congreso de los Diputados, el Senado la modifica y el Congreso vuelve a dejarlo como estaba. La acción de los senadores fue inútil. Entonces, ¿para qué sirve? Para que una serie de políticos tengan una vida más o menos placentera y los partidos un instrumento para colocar a unas cuantas personas. La misión que la Constitución reserva para el Senado, no ha sido promovida por los gobiernos. Se trata, además, de una institución que no existe en todos los países democráticos o tienen un número bastante inferior de escaños. No sé lo que suponen los 50 escaños del Congreso, pero sí conozco los 55,2 millones –casi 10.000 millones de pesetas– que cuesta la Cámara Alta al bolsillo de los contribuyentes para nada, en un momento en que millones de ciudadanos están parados o con necesidades. Una vez puesto, ánimo y al toro. Así es la vida.
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