Afganistán

Puñetazos contra la ley islámica

Pelean por tener los mismos derechos que los hombres. Son jóvenes afganas que quieren ser boxeadoras en un país en el que está mal visto que las mujeres hagan deporte

Puñetazos contra la ley islámica
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«Derecha, izquierda, derecha. ¡Pie izquierdo adelantado!», grita el entrenador al equipo femenino de la Federación Afgana de Boxeo. En un gimnasio destartalado, bajo las gradas del Estadio Ghazi, testigo silencioso de ejecuciones por lapidación de mujeres durante el oscuro régimen talibán, una veintena de chicas, de edades comprendidas entre 15 y 21 años, entrenan tres días por semana para ser boxeadoras profesionales.

Un verdadero desafío, no sólo por tratarse de un deporte tradicionalmente para hombres, sino también por el legado machista de Afganistán. A pesar de los indudables avances que se han dado en cuanto a la situación de la mujer en los últimos diez años, muchas asociaciones de mujeres temen que la mentalidad tradicional, aún muy arraigada, vuelva a dejarlas de lado.

Shabnam, de 18 años, lanza puñetazos al aire con sus grandes guantes azules frente al espejo, descargando toda su rabia, como si intentara derribar los muros invisibles que separan a las mujeres de los hombres dentro de la sociedad tradicional afgana.

Shabnam se reta a sí misma porque sabe que en ella está la esperanza del cambio y el reconocimiento de la mujer afgana como deportista profesional, si logra ganar alguna medalla en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, que incorporará por primera vez la modalidad del boxeo femenino.

«Con la ayuda de Dios traeré una medalla», dice Shabnam, que lleva cuatro años enfundándose unos guantes de boxeo para dar un golpe a las tradiciones culturales del país, donde las niñas se ven presionadas a abandonar la escuela y se casan muy jóvenes.

«Era muy buena deportista en el colegio y mi maestra de educación física me animó a que me uniera al club», explica Shabnam. Esta joven y sus hermanas, Fátima, Sadaf y Shudufa, fueron las pioneras del club de boxeo femenino que formó Mohammad Sabir Sharifi, ex boxeador profesional, y las cuatro son candidatas a participar en las Olimpiadas de Londres.

«Elegí entrenar a chicas para demostrar a los afganos que las mujeres también pueden practicar este deporte. El boxeo no es sólo cosa de hombres», desafía Sharifi, aunque reconoce que ha sido «amenazado de muerte» por entrenar a estas chicas.

«Tengo miedo de las represalias. Unos tipos que me reconocieron en la calle me han amenazado en un par de ocasiones», confiesa el entrenador, que denuncia «las escasas medidas de seguridad en el club», en un momento en el que el país vive una nueva oleada de violencia.

Defensa personal
Cuando en 1996 las huestes del mulá Omar se hicieron prácticamente con la totalidad del control del país, prohibieron a las mujeres la práctica de cualquier tipo de deporte, argumentando que se trata de una violación de la Sharia (ley islámica).

Ese mismo año se prohibió a las mujeres trabajar y se las encerró bajo el burka azul, que se convirtió en su cárcel particular. Diez años después de la caída del Emirato Islámico de Afganistán, la situación de las mujeres sigue anclada en el legado talibán.

«Tenemos muchos problemas con la sociedad. Afganistán es un país muy religioso y hay muchos afganos que tienen pensamientos retrógrados y no entienden que sus hijas practiquen deporte», lamenta Sharifi. Solo las familias de clase social alta apoyan y alientan a sus hijas para que hagan deporte.

El resto está en contra. Es muy difícil. Una mujer que haga deporte no es aceptada por la sociedad afgana, en general, pero no por ello tenemos que rendirnos.

Es mi apuesta personal porque estas chicas pueden hacer cambiar la mentalidad tradicional», anhela el entrenador, que, a pesar del empeño y empuje, es consciente de las limitaciones que tienen las chicas para poder entrenar.

«Es un gimnasio pequeño con sólo unos cuantos sacos. Las autoridades nos ayudan un poco, a través de la ayuda internacional que recibe el Gobierno, y han comprado para las chicas guantes nuevos y chándales, además de pagar los gastos de los viajes al extranjero», explica Sharifi. Aunque no siempre el Gobierno afgano ha podido pagar los desplazamientos de sus deportistas profesionales.

Sin ir más lejos, Afganistán no participó en el último campeonato de boxeo femenino en Turquía, que se celebró hace unos meses, porque «no había dinero» para viajes, lamenta el entrenador.

Aquí, las mujeres dejan sus prejuicios en el vestuario y se ponen el chándal para demostrar que ellas son tan capaces como los hombres para practicar este deporte. Algunas de las chicas prefieren entrenar con el pañuelo, porque es una costumbre social; otras se lo quitan porque les molesta.

Asma, de 17 años, es la única chica de la familia. «Las mujeres necesitan defenderse. Cuando caminas sola por las calles siempre te sientes acosada; a veces la situación se vuelve peligrosa. Por esta razón decidí aprender a boxear, para defenderme.

Y mi madre me apoyó para que viniera al club», explica la joven boxeadora. Sus cuatro hermanos también son deportistas y practican artes marciales. «Yo prefería hacer taekwondo, como mis hermanos, pero no encontré clases para chicas. Así que opté por el boxeo y ahora me encanta practicarlo», nos cuenta Asma.

Fazana Yusufi, de 19 años, tiene como referente a Layla Alí –la hija de Muhammad Alí, Casius Clay, el gran boxeador que se convirtió al credo musulmán–. «Ella me inspiró y me impulsó a practicar este deporte», explica Yusufi.

Shahayla, de 14 años, es la más joven del grupo. Un pañuelo blanco cubre su rostro de niña angelical, resaltando sus gestos tímidos. «Tengo que ser capaz de defenderme. Provengo de una familia religiosa, pero no veo la contradicción entre practicar el islam y el deporte. Tengo todo el apoyo de mis padres para venir aquí a entrenar, pero mi familia no me permitiría viajar fuera de Afganistán con el equipo de boxeo», afirma con resignación.

Preceptos machistas
Pese a contar con el apoyo de sus familias y de su entrenador, estas chicas tienen muy presente el caso de Mahboba, de 19 años, prometedora atleta afgana, especialista en los 1.500 metros, que se hizo mundialmente conocida gracias a que iba a ser la única mujer que representaría a Afganistán en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.

Pero su vida cambió cuando la Prensa internacional comenzó a hacerle entrevistas. Desde ese momento, sus vecinos comenzaron a increparla en la calle.

Las humillaciones llegaron a tal punto que la joven atleta tuvo que salir de casa con el burka puesto para evitar que la reconociesen. Unas semanas antes del inicio de los Juegos desapareció del centro de alto rendimiento en Formia (Italia), donde estaba concentrada, preparando la cita olímpica.

Sus maletas, su pasaporte, su vida, incluso su nombre, desaparecieron para siempre. Ese precedente sirve de triste recordatorio a todas las mujeres que continúan haciendo deporte en Afganistán. Un precedente que este grupo de chicas quiere olvidar.

«La sociedad afgana sigue anclada en el conservadurismo, se sigue educando a los hijos en los preceptos machistas», advierte el entrenador, que asegura que la mayoría de las chicas dejan los entrenamientos cerca de los veinte años «por causas familiares», y añade con la boca pequeña que, traducido, eso quiere decir por la oposición de los padres o porque se casan.

Aun así, este club de mujeres boxeadoras abre una pequeña ventana a la esperanza de futuro en Afganistán.