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«Nos decían que los botes del Costa Concordia eran para la tripulación»
BARCELONA– La unión hace la fuerza y ese es el lema que están poniendo en práctica al menos 60 de los damnificados residentes en España del Costa Concordia, quienes han decidido iniciar los trámites para poner una demanda civil conjunta, sin descartar la vía penal, a la naviera y posiblemente también a las agencias de viajes por negligencia, labor que han encomendado al bufete de abogados Fuster Fabra & Ponte.
Todos coinciden en denunciar la descoordinación, desatención y conducta negligente de la que han hecho gala tanto la tripulación del buque como Costa Cruceros durante y después del naufragio. La indignación es evidente y más cuando las únicas noticias que han recibido de la naviera desde que sucediera el accidente el pasado 13 de enero ha sido una carta a través de la cual se les ofrece 11.000 € de indemnización por pasajero en concepto de todos los posibles daños causados a cambio de renunciar a todo tipo de reclamación.
Pese a que los denunciantes no descartan una negociación con la compañía, siempre y cuando ésta se produzca sin imposiciones, a día de hoy el bufete de abogados está recabando información para posibles acciones. «Habrá actuaciones judiciales. Lo que no puedo decir es si habrá sólo una demanda, diferentes demandas por diferentes tipos de situaciones personales o si la demanda será sólo civil o si me puedo acercar a un procedimiento de tipo penal», indicó ayer el abogado José María Fabra-Fuster.
Lo que queda claro tras escuchar el testimonio de algunos de estos 60 damnificados es que la noche del 13 de enero se produjeron una serie de acciones negligentes que convirtieron un viaje de placer en una pesadilla, por la que la mayoría de ellos están recibiendo tratamiento psicológico. Salvador Montserrat, que viajaba con su mujer, insistió en recalcar «el engaño de la tripulación». «Cuando se produjo la colisión nos dijeron que nos quedáramos en el restaurante, que sólo se había producido un fallo eléctrico y mientras tanto ellos ya llevaban puestos los chalecos salvavidas. En realidad el barco se estaba hundiendo», explicó, y añadió que «estuvimos una hora allí dentro a oscuras y sólo nos empezaron a evacuar cuando sonaron los siete pitidos de emergencia».
Con su testimonio, Jaime Farré puso al descubierto la falta de recursos para poner a salvo al pasaje al recordar con angustia el momento en el que entró en el camarote que compartía con su mujer Elena Arias y sus dos hijos, de 3 y 7 años, para comprobar que sólo disponían de tres chalecos, ninguno de talla infantil, por lo que él optó por quedarse sin. En la misma línea, Silvina Ibáñez y Pablo Ventici, padres de dos niños de 14 y 10 años, destacó el mal estado de las barcas hinchables, que apenas podían abrirse por oxidación, así como de los sistemas de poleas para hacer descender los botes hasta el agua, que en algún caso obligaron a cortar las cuerdas con hachas para dejar caer la embarcación al vacío.
Pero quizá, lo más desesperante fue el desconocimiento y desentendimiento de la tripulación en todo el proceso de evacuación, así como sus numerosas acciones negligentes contrarias al protocolo. «Ellos estaban aún más perdidos que nosotros», aseguró Salvador Montserrat, quien señaló que esa noche sólo recibieron una indicación en español y fue a través de la megafonía para instarles a guardar la calma. «No nos dejaban subir en algunos botes porque decían que estaban reservados para la tripulación», recordó Silvina. Sin duda alguna, lo que más ha marcado a todas estas personas es el haberse sentido abocados a la muerte. «Mi hijo me preguntaba continuamente si nos íbamos a morir», recordaron Silvina y Elena, mientras que Ángel Morales admitió que «incluso me despedí de mi mujer».
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