Feria de Bilbao
Y para postre Cebada
Albacete. Décima de la Feria de la Virgen de los Llanos. Se lidiaron toros de la ganadería de Cebada Gago, bien presentados, pero complicados. El 2º, el de mayores opciones. Casi tres cuartos de entrada. Juan José Padilla, de salmón y azabache, estocada entera (oreja); media, dos pinchazos, estocada casi entera (división de opiniones). David Mora, de rosa y oro, media, descabello (oreja); pinchazo, dos medias (ovación). Joselillo, de amapola y oro, dos pinchazos, media (ovación); entera, descabello, aviso (ovación).
La última corrida de toros de la feria de Albacete se tramitó con un encierro de Cebada Gago bien presentado en su conjunto y de juego complicado para la terna actuante. Sin entrega el primero; mansos en distinto grado, tercero y quinto; con peligro, el cuarto; y gazapón en todo momento el sexto; sólo el segundo, también el más cómodo, tuvo mayor claridad y nobleza. Con él, David Mora –una de las revelaciones de esta temporada– demostró que su ascenso no ha sido por capricho o casualidad. Se estiró al veroniquear a este toro, que ni por tipo ni comportamiento pareció de la ganadería titular, y se hizo ovacionar al quitar por gaoneras. Luego, citó de lejos, adelantando mucho la muleta y no dejándose enganchar en ningún momento. Lo llevó muy toreado y templado en una faena muy bien hilvanada con sólidos fundamentos.
Se lució también por verónicas recibiendo al zancudo quinto. Manso con peligro que cambió cuando le sometió bajándole la mano en un trasteo que, pese a no tener ligazón, sí fue emocionante. Perdió el premio al fallar con la espada.
Juan José Padilla, que banderilleó con tanta facilidad como eficacia, cumplió un primer trasteo de menos a más. Se empeñó mucho rato en el pitón derecho de un toro que se colaba y carecía de entrega. Al natural subió el nivel de su quehacer, que tuvo la virtud de mejorar la condición de su antagonista. Arriesgó mucho al banderillear al cuarto, mirón y pendiente del torero. Con muchos pies, sin humillar y embistiendo a arreones le obligó a una lidia muy sacrificada y oscura.
Ya de salida cantó su mansedumbre el tercero buscando las tablas y con embestidas muy descompuestas. El magnífico puyazo que le administró Antonio García contribuyó a que se aplacase, aunque llegó al último tercio atacando a regañadientes y pensando mucho. Se quedaba bajo la muleta y marcando los tobillos de Joselillo. El pucelano entendió muy bien al sexto, distraído y andarín, al que llevó con la cara tapada y sin obligarle en exceso para que el animal no se fuese abajo. Con ello, asumió mayor riesgo en una faena gustosa y valiente que se olvidó en parte al tardar mucho en doblar su oponente.
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