Crisis del PSOE
Los moriscos
Si el marianismo fuera una religión, tendrían que tirar las puertas de los templos para dar cabida a esta legión creciente de fervorosos conversos. El aroma del poder inminente ha hecho brotar en torno al líder un atracón de apóstoles impostados, «groupies» de saldo y aduladores reversibles que trabajan para sí mismos. Le llaman «Mariano» para fingir intimidad, o «presidente» para fingirse heraldos. Alaban la hondura de sus reflexiones, la calidez de su mirada, el color de su pelo y la gracia sin par de sus mensajes en el Twitter. Qué admirable espectáculo de impudicia desbocada; cuánto gregario surge, entusiasta, en la bajada.
Este Rajoy baqueteado y descreído se lo debe de estar pasando teta. Cuántos de estos aplaudidores no son los mismos que otrora se conjuraron para matarle. Cuántos de quienes hoy se declaran marianistas de cuna no hicieron sangre, en los reservados, con la ausencia de fuste que «maricomplejines» demostraba. A lo que antes llamaban «blandura» ahora lo llaman «flexibilidad». Donde veían ambigüedad, ahora ven táctica. El defecto de la holganza se ha tornado en virtuosa medida de los tiempos. El vicio de pasar olímpicamente de los temas se valora ahora como sabio y prudente distanciamiento. Le zumbaron por andar de puntillas y hoy ensalzan sus zapatillas de ballet. Le llamaron vacío y débil; hoy es el paradigma de la firmeza, un manantial de fértil conocimiento. Rajoy debe de estar pasándoselo como un enano. Quienes más vehementes fueron en la operación derribo más sobreactúan ahora en el halago. «Mariano, qué confiable eres». «Todo tú eres seguridad» (jurídica). «Todo tú eres coherencia». «Todo tú eres confianza». La fauna es amplia y variada: compañeros de partido, adversarios en busca de acomodo, ejecutivos de grandes compañías, aspirantes a directores generales y palmeros vestidos de periodista. Al soso le encuentran chispa. Condenaron su «look» antiguo y hoy celebran su estilo «clásico». Era gris mate; ahora es azul satinado.
El día siguiente a su derrota en 2008 (diez de marzo), escribí que Rajoy debía marcharse a su casa. Como aspirante, había fracasado. Sigo pensando que debió hacerlo, aunque no sea muy astuto, por mi parte, mencionarlo. El mérito que hoy se le atribuye no es otra cosa que el anverso del demérito que su adversario fue agigantando. El encumbramiento marianista ha ido de la mano (y ha sido fruto) de una crisis extrema que dejó en cueros a un gobierno fabulador y errático, enfermo de impericia y obsesionado con la confrontación ideológica prefabricada. Nunca sabremos si en Rajoy habría brotado el carisma de no tener enfrente a un Zapatero torpe y desnortado. Los marianistas verdaderos predican con renovada fe que su líder será mejor presidente que candidato. Enciendo ya una vela. Con el milagro de los panes y los peces no le basta. Ni siquiera con transformar el agua en vino. O sabe resucitar a los muertos, o el público acabará gritando que salió rana. Los conversos de hoy abrirán la marcha de mañana.
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