Artistas
La madre de Alfonso Ussía
Querido Alfonso, tu madre tenía razón. Las madres buenas y hondas siempre suelen tenerla. Al leer tu artículo del martes recordé a la mía dirigiéndose a mí en términos parecidos y con la misma sustancia.
Como eres un tipo inteligente y educado sé que no esperas que la persona que te agredió, como tiene por costumbre y oficio, entienda ni un solo ápice de la elegancia de tu postura. Yo también siento, en serio, ese tipo de misericordia por los que se zambullen obstinadamente en sus propios venenos.
Lejos de cualquier tema personal que en su momento me afectara, observo a personajes de nuestra sociedad talibanizados por el dinero o la parodia de la ideología sembrando por doquier enfrentamientos insoportables. Como si tuvieran un piloto automático para disgregar, herir, pontificar, muñir, ensuciar… ¡y cobrar! A las órdenes del cacique de turno o del partido colocador. Misericordia, ésa es la palabra. Pero ni creo que sea suficiente ni que la entiendan.
Algunas veces hemos conversado sobre la decepción que me produce esta ciega vocación de enfrentamiento que mina la sociedad española. Me has oído hablar en más de una ocasión de que quiero admirar a Soledad Puértolas sin enfrentarla a ti, o a Javier Bardem sin olvidar a Arturo Fernández, o a Juan José Millás sin renegar de Vizcaíno Casas, o a Pedro Almodóvar sin quitarle un ápice de admiración a José Luis Garci, o a Willy Toledo en el mismo nivel que Antonio Resines, porque creo que todos ellos tienen sus cosas admirables que no quiero olvidar por los maniqueos enfrentamientos de otras cuestiones.
Siempre he creído que tengo cosas que aprender de Ana Belén, de Raphael, de Serrat, de Sabina, de Marsillach, de Pou, de Flotats, de Nuria Espert, de Nati Mistral, de Juan Carlos Pérez de la Fuente, de Gustavo Pérez Puig, de Mario Gas… y de todos los demás. Me hayan tratado bien o mal. Sean o no empáticos conmigo. Negarles a cada uno de ellos sus indiscutibles méritos es mezquino, miserable y empobrecedor. Y mucho más hacerlo por cuestiones que nada tienen que ver con sus distintos y ponderables talentos.
La mayor decepción que me he llevado tras la llamada transición es contemplar la obstinación y necedad con la que demasiados personajes con altavoz en esta sociedad postulan y pregonan su odio. Me parece lo peor que nos está pasando. Mucho peor que algunos temas candentes que ocupan las primeras páginas de los periódicos.
En resumen, querido Alfonso, que celebro que tu madre te educara así y la mía de modo parecido. No quiero ser tampoco maniqueo en este caso porque supongo, o quizás sé, que la agresora a la que dirigías tu artículo de ayer tendrá su ternura, sus zozobras, sus miedos, sus cariños y sus valores. Los considero y respeto. ¿No tendrá a alguien al lado que la ayude a tener misericordia de sí misma? Créeme que esta última frase no es un daño retórico que pretendo infligirle a la no aludida. Es sincero. Pero me temo que ella tampoco lo entenderá. O quizás… no le resultará rentable. En definitiva, querido Alfonso, que has hecho muy bien en dejar pasar los dardos por encima de tus hombros y en continuar tu camino sonriente y silbando. A tu madre le gustaría verte así. Yo estoy aprendiendo pero me falta mucho.
Soy tan torpe que todavía me irrita demasiado ver cómo denuncian el guerracivilismo aquellos que lo practican a diario.
Un abrazo.
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