Libros

Estados Unidos

Rushdie regresa a los infiernos

Joseph Anton es el nombre que adoptó cuando fue condenado a muerte en 1989 por ofender a Mahoma. El ayatollah Jomeini le sentenció y se convirtió en el «enemigo público número 1». Estas memorias reviven aquel drama y su lucha por la tolerancia«joseph Anton»Salman RushdieMONDADORI688 págs., 24,90 eur.,(e-book, 16,99)

SIEMPRE ALERTA. Desde la publicación de «Los versos satánicos» su vida no ha vuelto a ser la misma
SIEMPRE ALERTA. Desde la publicación de «Los versos satánicos» su vida no ha vuelto a ser la mismalarazon

Vivir en quince casas, andar por las calles camuflado con pelucas y gafas oscuras, rodeado de policías secretos que lo protegen como si fuera un miembro de la realeza pero, también, no poder jugar en un parque público con su hijo o despedirse de los amigos que se mueren son cosas que, si ocurren, tienen que terminar en un libro. Sobre todo si el protagonista es nada menos que un escritor. Eso es lo que le pasó al propio Salman Rushdie, que entre 1989 y 1998 permaneció prácticamente escondido después de que el ayatolá Jomeini le dictara la fetua (y que el gobierno de Irán revocó nueve años después). Una década, casi, en la que el escritor no sólo tuvo que vivir en fuga perpetua, sino que debió acostumbrarse a tener otra identidad: Joseph Anton, el nombre que Salman Rushdie eligió para dejar de ser Salman Rushdie y que ahora es el título de sus esperadas memorias. En el inicio de estas más de seiscientas páginas, Rushdie recuerda con lujo de detalles cómo fue aquel 14 de febrero de 1989. Era un soleado martes y él estaba en su casa, junto a la también escritora Marianne Wiggins. Se habían casado un año antes, pero el matrimonio no había funcionado. Estaba esperando que un coche lo llevara hasta un estudio donde le harían una entrevista en directo.

«¿Cuántos días me quedan?»
También debía acudir a un oficio religioso en memoria de su amigo Bruce Chatwin, que había muerto el mes anterior. Así que cuando llegó el coche, entró corriendo en él y no volvió hasta tres años después. Estaba consternado: una periodista de la BBC le había llamado para anunciarle que el líder espiritual de Irán lo había condenado a muerte por haber escrito un libro contra el islam, el Profeta y el Corán.

El libro era «Los versos satánicos» y su publicación, en septiembre de 1988, había provocado una controversia inmediata en el mundo musulmán porque, supuestamente, ofendía la figura de Mahoma. La novela primero fue prohibida en la India y en pocas semanas también en otros países. La sentencia de Jomeini no demoró en llegar: el 14 de febrero, el ayatolá leyó el edicto en Radio Teherán y Salman Rushdie pasó a ser el enemigo número uno de los musulmanes. «¿Cuántos días me quedan?», se preguntó.

Los días, por fortuna, fueron muchos pero también fueron estresantes. Porque en todo ese tiempo, además de que no podía estar con su familia ni tampoco ir al cine y sólo pasar largas horas encerrado en compañía de agentes, tuvo que acostumbrarse a la sentencia de Rimbaud y ser otro. En su caso, eligió ser Joseph Anton. Los policías le habían dicho que necesitaba un nombre ficticio para recibir pagos y emitir cheques sin ser identificado y al que tenía que acostumbrarse en beneficio de quienes lo protegían. Probó diferentes combinaciones hasta que dio con los dos primeros nombres de Conrad y Chéjov y surgió aquel con el que vivió mientras duró la fetua.

En esos largos y tediosos días en que Salman Rushdie debió lidiar con el terror y el sinsentido, también hubo, en ocasiones, momentos únicos, como la vez que Bono, el cantante de U2, lo invitó a subir al escenario de Wembley. «Cuando apareció, entendió lo que se sentía al tener delante a ochenta mil personas aclamándote», explica Rushdie en tercera persona sobre su alter ego, quien también logró que lo recibiera Bill Clinton y que el ex presidente de Estados Unidos se sumara a la campaña contra la fetua, comandada, en ese país, por escritores como Paul Auster, Susan Sontag, Don DeLillo y muchos otros.

Matrimonios fallidos
Pero «Joseph Anton», sin embargo, no es sólo la crónica de la vida que Rushdie llevó en esos años. También es, de alguna manera, la memoria de sus fallidos matrimonios (con Marianne Wiggins terminó muy mal), de su compleja relación con su padre alcohólico, de sus inicios como escritor, del amor incondicional hacia su hijo y de todo lo que aprendió él mismo, como escritor y como persona, en los años en que fue Joseph Anton. Estas memorias, en ese sentido, funcionan como el cuaderno de bitácora de un viaje que transcurrió por senderos que el propio escritor ni siquiera había sospechado. Esos senderos, en definitiva, fueron los que lo llevaron a emprender una quijotesca lucha contra la intolerancia en una trama en la que estaban implicados la política, los conflictos del mundo árabe, las rencillas literarias y también, aunque no él no fuera el protagonista, su vida privada.