Afganistán

De la neutralidad a las trincheras

En estos 35 años de democracia e integración en el escenario internacional, la posición de España en los conflictos bélicos ha mostrado una maduración, aunque el PSOE sigue manejando el tema militar en función de sus intereses

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El fin de la dictadura de Franco hizo posible la integración de España en el escenario internacional del que había estado apartada desde 1914, cuando nos declaramos neutrales ante la Gran Guerra. El primer paso fue el ingreso en la OTAN. No resultó sencillo. El centro derecha lo promocionó como un objetivo estratégico, mientras que para el PSOE fue una cuestión táctica, que dependía de sus intereses políticos del momento. Se establecía así una pauta de comportamiento. La izquierda española enarbolaba una retórica pacifista, antiimperialista y tercermundista que le permitía utilizar la posición de España para sus fines políticos coyunturales. El centro derecha, en cambio, consideraba que esta integración era el objetivo fundamental de nuestra política.

Integración: La Guerra del Golfo y yugoslavia
Nuestra participación en la Guerra del Golfo (1990-1991) fue la continuación lógica de la integración en la OTAN. El Gobierno socialista envió buques, con soldados de reemplazo, en apoyo de las operaciones bélicas. España suministró ayuda logística, dada nuestra posición estratégica: este tipo de participación, en segundo plano, constituiría a partir de ahí el modelo ideal de participación bélica española. Otro elemento de ese modelo era el respaldo de una resolución de la ONU, que autorizó la intervención. También se estableció la pauta vigente desde entonces en la opinión pública. La opinión del centro derecha no era reticente al compromiso exterior. Sí que lo era, en cambio, la parte de la opinión de izquierdas que se tomaba en serio los slogans utilizados por el gobierno socialista hasta hacía muy poco tiempo. El gobierno socialista reprimió sin contemplaciones estas manifestaciones de disidencia. Desde entonces no hubo dudas de quién mandaba, y en función de qué.

La participación española en los conflictos yugoslavos varió el esquema establecido en el Golfo. Fue una intervención larga, puso a la tropa española en zona de combate (en 1994, frente a un enemigo europeo por primera vez desde las guerras napoleónicas) y en el caso de la guerra de Kosovo, en 1998, se realizó sin autorización previa de la ONU. Los socialistas dejaron atrás los presupuestos de precaución mantenidos hasta ahí. Después de volver España a la escena internacional en la Unión Europea y en la OTAN, Felipe González impulsó la integración definitiva de España en el sistema de defensa euroatlántico. Aznar continuó esta línea. Por otra parte, se repetía un esquema previo en la opinión pública: los españoles eran más favorables a intervenciones humanitarias o de apoyo que a las de combate o interposición, y el rechazo era mayor en la izquierda. Kosovo planteó una vez más, aunque con menos virulencia, los debates sobre el papel de España en el mundo.

Retroceso: Irak
La Guerra de Afganistán (2001) repitió, al menos en sus primeras fases, el esquema de la Guerra del Golfo. Otro tanto ocurrió con la intervención en Irak (2003). España no intervenía directamente en el conflicto, pero actuaba en labores de apoyo y contribuía con tropas y material una vez acabada la guerra propiamente dicha. En los dos casos había también un amplio apoyo internacional (en la Guerra de Irak, la coalición fue de 49 países) aunque, en este último caso, no había un mandato explícito de la ONU para la guerra, si bien había varias resoluciones que autorizaban la intervención. Fue el pretexto del PSOE para contradecir todas sus decisiones anteriores y lanzar una campaña contra la decisión del gobierno. Aznar, además, actuó de una forma original. No sólo profundizó la integración de España: la dio por hecha y quiso que aquella integración tuviera efectos duraderos en nuestra política. Aznar aprovechó las circunstancias para situar a nuestro país en el grupo de los que toman las grandes decisiones. Aquello era todavía más imperdonable.

Nueva posición: Libia
La Guerra de Libia, como la de Afganistán, permite evaluar lo que el PSOE acepta hoy en día: tropas en combate, apoyo logístico, resolución explícita de la ONU, integración en una coalición aunque sea somera, como lo es la actual de Libia, y subordinación a un mando superior. De fondo, permanece una opinión pública reticente al compromiso excesivo. También permanece constante la posición del centro derecha, como ha demostrado el respaldo del PP al Gobierno. Ha cambiado, una vez más, la posición del PSOE, pacifista y antiyanqui en Irak. No es posible prever cuál será la que adopte en un futuro.

Se pueden ver estos 35 años de democracia y de progresiva integración en la escena internacional como un proceso de maduración moral. No lo es en el caso del PSOE, que sigue manejando a los militares, el material, las inversiones, los compromisos y la posición de España en función, exclusivamente, de sus propios intereses. También es verdad que lo que al PSOE le molesta siempre es una España respetada y un Ejército que refleje una nación fuerte y cohesionada.