
Historia
Gregorio por Cástor Díaz Barrado

Nada mejor para describir y comprender la vida profesional de Gregorio Peces-Barba que resaltar su entrega y dedicación a la Universidad española. Gregorio no sólo sirvió, y muy bien, a España, a la que amaba profundamente, sino que supo hacerlo, también, desde una de las instituciones del Estado, muchas veces desconocida y en ocasiones criticada, como es la Universidad. Su vida política fue intensa pero, en el fondo, breve y en ningún momento –lo que le honra– llegó a romper los vínculos con la Universidad, en la que continuó impartiendo docencia, incluso en su etapa de presidente del Congreso, sin recibir nada a cambio. Todo un ejemplo. El estilo universitario de Gregorio era inconfundible. Disciplina y rigor se combinaban con la tolerancia propia de quienes conocen y admiran la condición humana. Su reivindicación, constante, de la labor de la Institución Libre de Enseñanza y de sus valores era uno de sus rasgos distintivos. La dedicación de Peces Barba al estudio de los derechos humanos y su proyección en los ordenamientos internos y en el Derecho Internacional será una de las grandes aportaciones de su quehacer científico. No me caben dudas de que en el contenido del artículo 10 de la Constitución tuvo mucho que ver el pensamiento y la voluntad de Peces Barba. Nada más bello y más eficaz que afirmar que «la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social». Todo ello, con una significación muy pragmática. Por eso, «las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España». El ser humano en el centro de la preocupación científica y en el alma del quehacer político. Siempre percibí que a Gregorio lo que más le gustaba era ser catedrático de Universidad. Nada quedó al margen en la vida universitaria de Gregorio. Nunca llegaré a entender cómo podía impartir sus clases a pesar de sus múltiples ocupaciones y cómo lo hacía con tesón y entrega. Su labor científica ha sido encomiable y, desde su buena formación francesa, nos ha dejado reflexiones y análisis de gran profundidad. Pero, además, compartía estas tareas con un eficiente trabajo en la gestión universitaria, habiendo logrado éxitos que el tiempo, con toda seguridad, se encargará de ensalzar todavía más. España, a la que tanto quería Gregorio, le debe reconocimiento y consideración. Los españoles nos deberíamos parecer, en esto, a los franceses, que admiran y reconocen la labor realizada por sus «grandes hombres». Hoy lloro, con desazón, la muerte de una persona de bien y de un universitario comprometido con España.
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