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La Selección hace milagros y país. La Selección une. Destaca en lo que antes definían como una, grande y libre y ahora, según el acervo popular, es un conjunto de muchas, pequeñas y cabreadas. El fútbol de «La Roja» trasciende incluso de las fronteras autonómicas y es capaz de reconciliar a una pareja tan peculiar como la que forman Helen y Harry, dos espías maravillosos, dos personas exuberantes, caprichosas, imaginativas y con más recursos que MacGyver. Al corriente del partido de España contra Inglaterra en Wembley, Harry inició la fase de acercamiento a su señora y una vez más me utilizó de intermediario, lo que Fernando de Rojas llamaría celestino. Desasosegado por Helen, desinhibida hasta el extremo de quedarse dormida en mi sofá vestida de Victoria's Secret, y agitado por esa proba oficinista que se transformó en mujer fatal al dar el salto al espionaje, tardé minutos musicales en alinearme con Harry. Desde que pasan tanto tiempo en España, el fútbol les gusta y, aunque a ella le tira el Madrid y a él el Barça, los dos se pirran por la Selección. En resumen, que Helen volvió a casa, firmaron las paces, renovaron los votos matrimoniales y ni siquiera el gol de Lampard ensombreció el reencuentro. «Harry –rogó Helen–, nunca me lleves a ver un partido de un equipo de Capello. No se puede pagar una entrada por lo que hace Inglaterra». «Querida, no lo haré ni aunque lo exija la guerra fría. Y, por cierto, sé quién es el baloncestista español que rebosa testosterona. No, no te lo voy a presentar». Helen me asegura que en una semana lo sabremos. ¡Menuda es!