Estados Unidos

Una titánica tarea por César Vidal

La Razón
La RazónLa Razón

No fue hace tanto tiempo, pero parece que sucedió hace siglos. Aznar era presidente del Gobierno español y George W. Bush, de Estados Unidos. En vísperas de la segunda guerra del Golfo, el Gobierno español había decidido apoyar a Estados Unidos en su pugna con el dictador iraquí, Sadam Husein. El coste real del respaldo español fue muy escaso –sólo algunos efectivos irían a Irak cuando el conflicto hubiera concluido–, pero los réditos resultaron espectaculares. De la noche a la mañana, España apareció en los medios de comunicación americanos como un aliado preferencial, sólo precedido por Gran Bretaña. Incluso resultó muy común contemplar pins y pegatinas en los que aparecían unidas la bandera rojigualda y la de las barras y las estrellas. La misma foto de las Azores, tan denostada –y tan envidiada– por la izquierda fue la cristalización gráfica de un salto internacional que no se había producido en siglos. Pero se trató de mucho más que la imagen. La Casa Blanca respaldó la política antiterrorista y las negociaciones del Gobierno español para la recuperación de Gibraltar a la vez que Aznar y Bush trazaban un plan de fortalecimiento de la alianza basado en los cerca de cincuenta millones de hispanos que residen en Estados Unidos. El plan –que el autor de estas líneas ha confirmado con varias fuentes norteamericanas– fue guardado por Bush en un cajón el 11-M. Washington temía, y no se equivocó, que un Gobierno socialista no seguiría la política exterior de Aznar. Los años de ZP fueron un verdadero desastre para las relaciones entre España y Estados Unidos. De ser aliado preferente, España pasó a ser considerada una nación poco fiable y veleta que, ocasionalmente, coloca su destino en manos de irresponsables.

Aunque Bush intentó minimizar el impacto mediante la labor entregada del embajador Aguirre, la retirada de inversiones y el distanciamiento entre ambas naciones se convirtió en espectacularmente trágico. ZP y Moratinos multiplicaron su política de errores abrazando a los dictadores hispanoamericanos, convirtiéndose en los abogados de Castro ante la Unión Europea y predicando la Alianza de Civilizaciones creada en el Irán de los ayatolás. No sólo eso. Llevaron a cabo una política de nombramientos para puestos diplomáticos que favoreció a gente cercana al PSOE, pero que dañó por años la imagen de España. La llegada de Obama, en contra de lo que pretendieron los medios de izquierdas y nacionalistas en España, no mejoró las relaciones porque, en primer lugar, ZP seguía siendo alguien que no honraba los compromisos adquiridos por su nación y, en segundo, porque Obama ha practicado una política que el mismo PP consideraría demasiado escorada hacia la derecha.

A día de hoy, España se ha convertido para Obama y para Romney en el ejemplo expreso de lo que no se debe hacer nunca en el terreno económico, en una nación incapaz de frenar a los nacionalistas –que ocupan puestos en el exterior pagados por la Unión Europea llevando a cabo una política frontalmente antiespañola sin que nadie lo impida– y en un país representado en el exterior –hay excepciones, claro– por una caterva de incompetentes que causan sonrojo ajeno. Es de esperar que Rajoy, al que secunda un notable ministro de Asuntos Exteriores, intente revertir una muy perjudicial situación para los intereses de España. No podrá hacerlo si no está dispuesto a liquidar los pesebres creados por el PSOE en el exterior y a impedir que los nacionalistas catalanes lleven a cabo una política abiertamente antiespañola a través de sus «embajadas» utilizando precisamente fondos españoles. En otras palabras, Rajoy tiene que enfrentarse en el exterior con problemas que son, en no escasa medida, los mismos que afronta dentro de España.