Nueva York

El Señor Moody

La Razón
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No me interesa la Economía. Por incapacidad mental. Lo que no entiendo, lo abandono. Además, no domino el lenguaje de los economistas, que si los flecos por negociar, que si la optimización de los recursos, que si la rebaja de la calidad de la deuda… Para mí, tan antiguo, las deudas no pueden tener calidad. La deuda es un contratiempo, un vicio, una calamidad y una angustia. Un sabio doctor especializado en cardiología me lo revelaba este último verano. «El tabaco no encabeza el escalafón del riesgo del infarto. Lo encabeza la deuda con el banco». Para mí, que todos decimos tonterías, pero los economistas las dicen más en serio.
Como los filósofos, su oficio no es otro que amontonar nubes, hasta que un día, hartos de la bruma, se deciden soplar y la luz resplandece, hasta que otros economistas tomen el relevo en pos de la nubosidad. Decía el gran Art Buchwald, que un economista es aquel que conoce cien maneras de hacer el amor, pero no conoce a ninguna mujer. Y Herbert Prochnow, del que reconozco ignorar a qué se dedicaba en vida, aseguró que el economista es el que te habla de algo que no comprende, y aún así, hace sentirte un ignorante. Ahora todo el mundo de la economía se mueve aterrado por los informes y puntuaciones de las agencias de calificación, que antaño no existían, y por ello los economistas eran más felices. Que si «Moody's», que si «Standard & Poors», que si «Mackintosh & Picks», que me la he inventado, pero por si cuela.
 Y he llegado a la conclusión que se trata de unos bromistas de mal gusto. Me refiero a los señores Standard, Poors, Moody y compañía. Están aburridos, se reúnen en el Club de Golf, comen con la alegría regadora de los buenos vinos, y en el momento del café, Standard le pregunta a Moody:
«¿ A quién fastidiamos mañana?». «Pues mira, Standard. El pasado jueves coincidí en Nueva York con Emilio Botín, y me saludó de pasada, sin darme la importancia que tengo. Así que podríamos rebajarle la nota al Santander». Interviene Poors.
«Tampoco Francisco González es la alegría de la huerta. A mí me saludó con una mueca bastante desagradable». «En vista de ello, –dice Moody–, mañana le tocamos los "eggs"a los bancos españoles, y contribuímos a que la Merkel y Sarkozy le pidan al Gobierno más recortes». Y lo hacen.

«El índice Nikei ha subido, lo que ha determinado que la Bolsa de Madrid haya perdido catorce puntos». ¿Qué tiene contra nosotros el índice Nikei? ¿Por qué nadie viaja a Japón para pedirle a Nikei que suba o baje de acuerdo con las expectativas del resto de las Bolsas? Si yo poseo, por poner un ejemplo, tres acciones de Tele-5, y Vasile contrata a la madre de un condenado por complicidad en un horrible asesinato por 9.000 euros, lo lógico es que las acciones suban por aquello de la hispana y vergonzosa morbosidad social. Y cuando creo que he ganado seis euros, viene Nikei y ni la madre del «Cuco», ni Vasile, ni la Esteban que se separa, ni el marica que ha sido dejado por su garañón arreglan el desaguisado. Y todo, porque los señores Standard, Moody y Poors han decidido hacernos una broma, con Nikei en el ajo.

Antaño, la Economía iba a su aire porque no existían agencias de calificación. El mundo, actualmente, depende de un grupo de locos de remate. Y así nos va.