Sevilla

Las tres estocadas del torero

La petición de la custodia de su hija se suma a otros dos controvertidos episodios que ocurrieron en su matrimonio

Las tres estocadas del torero
Las tres estocadas del torerolarazon

La actitud y los últimos movimientos de Francisco Rivera Ordóñez no me sorprenden. Nunca fuimos mutuos «santos de nuestra devociones», pero yo le llevo ventaja. Voy a remontarme a unos meses antes de su boda con Eugenia Martínez de Irujo. Era una mañana de primavera y Fran llegaba a Madrid en un AVE procedente de Sevilla. Le esperaban en la sastrería de los toreros. Tenía que hacer unos encargos y probarse unos trajes. Su futura esposa estaba en la captital. Ambos conversaron y barajaron la posibilidad de verse un rato, incluso de quedar para comer. Pero Fran le dijo que era imposible porque iba a estar el tiempo justo en la ciudad y que antes del almuerzo debía regresar a Sevilla. Para él, las obligaciones profesionales primaban sobre su pasión por una mujer que le iba a introducir en la aristocracia. Eugenia, resignada, aceptó las obligaciones de su novio y suspirando pensó: «Otra vez será».

Para quedarse de piedra
A las 14:30 recibí una llamada. Era un informador habitual de los que nunca fallan. Sus palabras me dejan de piedra: «Miguel, vente corriendo al restaurante ‘‘El Cuenco'' porque acaba de llegar Francisco Rivera con Anne Igartiburu. No están solos, pero se la está comiendo con la mirada y ella no para de coquetear. Estos están liados, fijo». Tardé 20 minutos en llegar y en comprobar que el bombazo informativo era cierto. La boda de Eugenia sería dentro de unos meses en Sevilla, así que, mientras hacía guardia frente al restaurante, llamé a la duquesa de Montoro, que se encontraba en el Palacio de Liria. Me dijo: «Me he quedado con las ganas de achuchar a mi torero. Ha venido a probarse unos trajes de torear y se ha tenido que ir rápido a Sevilla». Me preguntó qué estaba haciendo y le dije que siguiendo a Igartiburu. «¿Y ésa con quien está?», me dijo. No tuve escapatoria. El rumor sobre Fran y Anne era conocido y yo lo acababa de confirmar. Así que se lo conté. «Venga hombre, dime la verdad, que no está el horno para bollos», me comentó.

Ante su desconfianza le propongo lo siguiente: «Si es verdad ya lo verás la semana que viene en las revistas y si no quieres que explote este escándalo antes de tu boda, estás a tiempo de tomar la decisión más importante de tu vida: o sigues y te haces la tonta, o lo cortas y decides si sigues adelante o suspendes la ceremonia». Eugenia me espetó: «Tengo que verlo con mis propios ojos, si no, no sé que hacer. No me lo puedo creer, me ha dicho que se iba a Sevilla...». «Pitu, ponte unos vaqueros, un par de pareos, que en 15 minutos paso por tu casa a buscarte», le dije. Dejamos mi vespa en el Palacio y nos fuimos en un un Volvo Ranchera a la Estación de Atocha, desde donde salía el verdadero tren de Fran a las 16:30, y no antes como el había dicho a su novia. A las 15:50, llegó un Mini verde con el techo blanco del que se bajaron Anne y el diestro. Se miraron cómplices, se dieron dos besos ante la sorpresa de Eguenia que los observaba a mi lado. Pero al final hubo boda. No era la primera vez que perdonaba, ni la última. También sufrió cuando su ex marido comenzó una relación con su prima, Blanca Martínez de Irujo . Una segunda «estocada» a la que ahora se suma la petición de la custodia de su hija.

 

Así ocurrió
 Fecha: meses antes de la boda entre Eugenia y Fran.
Titular: El torero se cita con Anne Igartiburu en un restaurante.
Al descubierto: las mentiras de Fran Rivera hacia la duquesa de Montoro.
Quién gana: las que disfrutan de la compañía del diestro.
Quién pierde: en primer lugar la hija de ambos, Cayetana, y también Eugenia.