Londres

Duelo por el Elíseo

Sarkozy saca la artillería pesada en su primer gran mitin en Marsella y se presenta como «salvador de Francia» para derrotar a Hollande

Duelo por el Elíseo
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Como en busca de un talismán, Nicolas Sarkozy entró ayer en campaña desde el mismo lugar en que pronunció su último mitin en 2007. En Marsella, el candidato-presidente jugaba en casa. Un feudo que hace cinco años votó por él mayoritariamente –un 56% de electores– en la segunda vuelta de las presidenciales, y que ayer volvió a demostrarle su fidelidad.

Aclamado por 12.000 militantes, en presencia de su esposa Carla Bruni y la plana mayor del Gobierno, el líder conservador saltó a la arena con una encendida declaración de amor hacia Francia, «el único escudo para defender a los franceses», pero un país al que tiene que convencer de nuevo desde su posición de rival del favorito de los sondeos, el socialista François Hollande.

Por eso, desde el inicio, el presidente saliente dosificó a partes iguales la defensa y el ataque. Justificando sus reformas –tan impopulares como la de las pensiones– necesarias, dijo, para construir una «Francia fuerte» en oposición a la «Francia débil» que encarnaría su adversario, al que repetidamente acusó de no decir la verdad al electorado y de mantener un doble discurso. «En Londres, es Thatcher y en París, Mitterrand», en referencia a la defensa que Hollande hizo de los bancos al diario británico «The Guardian» semanas después de haber hecho del mundo de las finanzas su principal enemigo.

Precisamente, la ambigüedad del discurso socialista es la brecha que Sarkozy quiere aprovechar para tratar de fisurar la candidatura de Hollande, al que todas las encuestas predicen como vencedor. Y a través de él arremeter contra una izquierda a la que, sin nombrarla, acusó de querer debilitar el país con la jornada de las 35 horas, la jubilación a los 60 años, la regularización masiva de inmigrantes ilegales, el asistencialismo o la falta de autoridad.

Sin llegar a entonar un «mea culpa», Sarkozy, auto proclamado «candidato de la verdad», reconoció que «no todo ha sido un éxito» en la legislatura que acaba, aunque no abjura de ninguna de sus decisiones. Sobre todo en lo económico, porque estima que Francia ha resistido «mejor que otros países». «Y si alguien duda, que mire al obrero griego, al jubilado italiano o al parado español porque allí el desempleo es tres veces mayor que en Francia», espetó.

Pese a la impopularidad en que le han sumido sus cinco años en el Elíseo, Sarkozy trata de contrarrestar los ataques de la oposición sobre su balance y las promesas no cumplidas, como la reducción de la deuda, la disminución del paro al 5% o el aumento del poder adquisitivo de los franceses.

De ahí su idea de rescatar el referéndum como instrumento para «devolverle la voz al pueblo» en un intento de conjurar la desafección instalada en las clases populares y obreras, que en 2007 le auparon a la victoria. Una base electoral también sensible a valores como el trabajo, la responsabilidad o la autoridad que ayer volvió a agitar, abogando por preservar instituciones como la familia y el matrimonio. «No queremos que sacrifiquen nuestra identidad según la moda del momento», exclamó en alusión al matrimonio homosexual, que defiende su opositor.

Aunque no hubo grandes anuncios, la propuesta de reformar marginalmente la ley electoral e introducir una dosis de proporcionalidad en las elecciones legislativas, en pos de una mayor representatividad, fue un guiño tanto al Frente Nacional como al centrista François Bayrou. Sarkozy también se pronunció por una reducción del número de parlamentarios.

La falta de iniciativa y coraje que presupone a su contrincante fue otro de los ejes de su ofensiva. «Hay quienes consideran que es mejor no intentar nada por miedo a fracasar o dar falsas esperanzas. Yo siempre preferiré arriesgarme a fracasar, que renunciar a una posibilidad por pequeña que sea de triunfar», remachó Sarkozy, cuyo objetivo es hacerse con el liderazgo de la campaña, imponer estratégicamente el ritmo y los temas, obligando al candidato socialista a exponerse más en el debate.

«No voy a dejarme dispersar», replicaba poco después el campeón del PS, calificando de «agresiva y violenta» la entrada en campaña del jefe del Estado. La prioridad para Hollande, que no quiere caer en el terreno de «las invectivas y la arrogancia», es mantener su ventaja. De hasta seis puntos en la primera vuelta (32% frente a 26% para Sarkozy), según un sondeo de LH2, que estima que vencería en la segunda vuelta por un 55% de los votos, a diez puntos de diferencia.