Londres

Vamos a Siria a matar apóstatas por Alfredo Semprún

Vamos a Siria a matar apóstatas por Alfredo Semprún
Vamos a Siria a matar apóstatas por Alfredo Semprúnlarazon

Cuando empezó lo de Argelia, a los militantes islamistas les llamaban «afganíes». Era fácil reconocerlos por sus largas barbas teñidas de hena. Luego, a medida que la guerra se endureció y la gente se pasaba a cuchillo sin mayor problema, se afeitaron las barbas y huyeron a las montañas. Lo de «afganí» les venía porque muchos habían luchado como voluntarios contra los rusos en la guerra de Afganistán. Una «guerra santa», como todo el mundo sabe, que no acabará hasta la vuelta del Gran Califato regido por la «sharia». Los «afganíes» suelen pertenecer a la rama suní del islam y aparecen allí donde se combata al infiel, ya sea Líbano, Bosnia, Chechenia o Nigeria, o donde haya que purificar la tierra de apóstatas. Ahora mismo, su principal campo de batalla está en Siria, dominada, según ellos, por una abominación de herejes alauíes –la rama chií del islam– y ateos socialistas, aunque sin olvidar los frentes permanentes de Irak, Somalia y Yemen. Se reclutan en las mezquitas más puristas, militan bajo una nebulosa de organizaciones islamistas, algunas ligadas a Al Qaeda, y es sencillo sospechar su presencia: cuando la guerra se endurece, porque ni piden clemencia ni, por supuesto, dan cuartel. Ah, y son maestros en la fabricación y uso de explosivos.

Jeroen Oerlemans, periodista holandés, los ha visto. Con un colega británico, John Cantlie, trataba de pasar a Siria por una de las rutas clandestinas que nacen en la frontera turca. Iban con un convoy de mulas que se partió en dos. Ellos siguieron a su guía, hacia el sur, mientras el resto seguía hacia el oeste. Ya en territorio sirio, el guía los llevó a un campamento. Oerlemans ha contado a la radio de su país que no era muy grande, apenas doce o trece tiendas de campaña. Que les rodearon unos guerrilleros, les quitaron la documentación y las pertenencias, y les acusaron de ser agentes de la CIA. El periodista cuenta que no había ningún ciudadano sirio en el campamento. Que sus captores eran jóvenes procedentes de Chechenia, Pakistán y Bangladesh bajo el mando de una especie de emir. Pronto se dio cuenta de que había caído en manos de una célula yihadista, probablemente de Al Qaeda, que no pensaba liberarlos hasta recibir un rescate. Él y su colega británico intentaron la huida, pero les salió mal. Les dispararon y el holandés recibió sendos tiros en un muslo y un pie. Así andaban, atados de pies y manos, con los ojos vendados y heridos, cuando llegaron los combatientes del Ejército Libre de Siria. Parece que en el campamento yihadista había otro prisionero que consiguió escapar y contó lo de los periodistas. Tras una discusión, con disparos al aire, los rebeldes sirios consiguieron llevárselos y ponerlos a salvo en Turquía. Ahora se recuperan de las heridas en un hospital. Oerlemans ha resumido así la situación: «Los rebeldes pueden estar luchando por la democracia, pero los combatientes extranjeros no quieren otra cosa que imponer la ‘sharia' en Siria, aunque la mayoría de la población practica un islam moderado».

Entre los rebeldes y los voluntarios «afganíes» se ha establecido una alianza de conveniencia que terminará con la derrota del enemigo común. Acaba de ocurrir en el norte Mali, donde los tuaregs y los islamistas combatieron juntos para expulsar al Ejército. Conseguido el triunfo, los islamistas se han alzado con el poder y han devuelto a los hombres del desierto, que querían crear una nación laica al estilo gadafista, a sus peladas montañas.

En el lado de los «apóstatas», es decir, de los alauíes, pocos se llaman a engaño. Con los islamistas haciendo la guerra santa hay poco espacio para la negociación, y cualquier atisbo de esperanza muere cuando llegan las noticias de que otro coche bomba ha reventado en un mercado chií en la vecina Irak. La guerra, pues, se va a prolongar. Por lo menos, mientras los imanes extremistas sigan pidiendo voluntarios para la guerra santa. Una llamada que se escucha desde Ceuta a Yakarta, desde Londres a Nairobi.

 

Este año sí hay foto de la «serpiente de verano»
Vuelve un clásico. El bicho muerto de la imagen, tomada a medidos de julio en una orilla del East River, bajo el puente de Brooklin, ha revolucionado a los neoyorquinos. Ya se sabe que en las alcantarillas de la Gran Manzana habitan cocodrilos gigantes, malignas ratas sin pelo del tamaño de un perro y enormes serpientes de ojos rojos. Nadie los ha visto, pero circulan terribles leyendas de poceros y trabajadores de teléfonos misteriosamente desaparecidos. Pero, por fin, tenemos un documento gráfico: aunque las autoridades afirman que se trata del cadáver de un perro que pudo morir ahogado y estuvo mucho tiempo en el agua, las redes sociales se preguntan por qué no se le hizo la autopsia y se ordenó su incineración. Y es que, más que un perro, parece una rata mutante.