Crítica de cine
La mala suerte de Rubalcaba
Hay que reconocer que el candidato socialista es un gran vendedor. Especialmente de sí mismo. Lo imagino con su chilaba en un zoco al que se acerca un turista ingenuo a la búsqueda de algún abalorio. Al cabo de un rato sale con todo tipo de baratijas, una alfombra persa fabricada en serie en Casablanca y una daga que perteneció a Mohamed II salida de alguna fábrica de Toledo. La realidad es que el mito de Rubal El grande, como si fuera un titán de la política, lo hemos creado entre todos viendo el páramo yermo que han sido los gobiernos de Zapatero. ¿Cómo no iba a descollar rodeado de tanta mediocridad? Lo que sucede es que acabó su baraka. Las deserciones se suceden. Lo peor es que ni su Elena, que parece la de Troya, le acompaña en su travesía. Es cierto que al igual que Don Quijote tiene en Camacho a su fiel Sancho y al bueno de Lissavetzky aparcado en su aburrido exilio del ayuntamiento de Madrid. Al final se ha quedado sin el espantajo de Gürtel. Bárcenas y Merino exculpados. Pobre Rubal convertido en El Chico como Boabdil.
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