Bruselas
Europa aún «confía» en Asad
Tras años de «realpolitik» y de hacer la vista gorda en el norte de África, la UE respondió a la «Primavera Árabe» pulsando el botón de reinicio en su relación con los países de la región. A los ciudadanos que salieron a la calle desafiando a sus sátrapas y dictadores, la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, les prometió apoyo basado ya no en los intereses, como en el pasado, sino en los valores democráticos que Europa siempre ha defendido.
La verdadera, y complicada, prueba de fuego para mantener esta promesa está siendo Siria, donde la UE está comprobando que no es tan fácil cortar amarras con décadas de maquiavelismo. Tras la muerte de más de 140 personas este domingo y al menos otras 10 ayer, principalmente en la ciudad de Hama, la UE está incrementando con cuenta gotas la presión al régimen, que ha pisado el acelerador para terminar con unas protestas que ya se han cobrado más de 1.600 vidas.
Ayer, los Veintisiete ampliaron por cuarta vez la lista de sancionados, para incluir a cinco personas relacionadas con la masacre del fin de semana. Sin embargo, la presión de los europeos poco daño está haciendo a la determinación de Asad de terminar con las revueltas. A pesar de las imágenes que llegaron el domingo, Ashton todavía ve al líder sirio legitimado para pivotar las reformas democráticas, y a él apela para que «establezca un verdadero diálogo inclusivo». Sólo el Parlamento Europeo, voz de la conciencia de la balbuceante política exterior europea, fue un poco más allá al pedir un cambio en la vara de mando.
La inacción de los europeos contrasta más aún si se compara con la rápida intervención en Libia, capitaneada por Francia y Reino Unido, donde llevan ya tres meses de bombardeos bajo el paraguas de la OTAN. El ministro de Exteriores británico, William Hague, ya advirtió ayer de que una operación similar en Siria no es ni «una posibilidad remota».
«Continuaremos con nuestra política de sanciones, con la presión política y económica», mantuvo ayer el portavoz comunitario, Michael Mann. Los cancilleres europeos, como la española Trinidad Jiménez, se han escudado en la imposibilidad de incrementar más la presión sin el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU y el respaldo de los países árabes. Ayer mismo, Hague volvió a pedir a Turquía y los países de la Liga Árabe que también se involucren para que termine la represión.
Pero el régimen de Damasco está jugando bien todo el capital acumulado estos años como país estratégico en el tablero de Oriente Medio. Las conexiones de Asad con Irán, Hizbolá en Líbano o Hamás en Gaza, grupos a los que apoya abiertamente, hacen prácticamente imposible desalojarle del poder sin desestabilizar todo el polvorín de la región, dejando a los europeos sin apetito para meter la mano en el avispero.
Además, China y Rusia, aliados tradicionales del país, mantienen desde mayo el bloqueo a una resolución de condena desde la ONU, cuyo Consejo de Seguridad se reunió de urgencia ayer. Como adelanto de la postura de Rusia, su Ministerio de Exteriores mostró su «seria preocupación» por lo ocurrido el domingo, y consideró «inaceptable» la violencia empleada contra la «población pacífica», aunque también criticó los ataques contra «los representantes de las estructuras del Estado», es decir, los que entraron en tanques y que, según los testigos, dispararon cuatro veces por minuto los cañones contra la población.
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