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Libros y cine por Francisco Nieva

La Razón
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El formidable poeta e intelectual catalán Pere Gimferrer reedita su libro, corregido y aumentado, sobre literatura y cine. Tan apasionante y ameno como su ensayo sobre el Fortuny veneciano, porque Gimferrer es un sabio alegre y refinado que se fija con entusiasmo y optimismo en varios motivos de reflexión sobre el arte.

El llamado séptimo arte echó mano de la gran literatura de ficción, como del teatro –literatura también–, para dar sus primeros grandes pasos. Como un niño prodigio, comenzó dando muestras de una precoz genialidad, Griffith o Murnau descubrieron apoyaturas cinematográficas de base. Es decir, una particular semántica.

Otro adelantado, de una fuerza expresiva arrolladora, fue Serguéi Eisenstein. Nadie ignora ya sus obras maestras, auténticos iconos del cine universal. Pero la joya en la filmografía de Eisenstein es «¡Que viva México!», título interino y ocasional, porque la película, nunca terminada, dejó un rastro de secuencias geniales, pero discontinuas, de cine puro, sin argumento, que sirvieron para hacer algunas cintas con pretensiones de coherencia argumental, de cara a la galería. Pero la gran obra de Eisenstein es para degustarla en su caos, que termina siendo una gran sinfonía visual, un maravilloso concierto de imágenes.

No hubo mayor placer para mí que ver en la Cinemateca de París un mogollón de esas secuencias de aquel loco trabajo sobre la vida mexicana. Y, después de tres horas y media de proyección, saqué la misma impresión que si hubiera asistido en Bayreuth al festival de Wagner. La saturación de Wagner, como la saturación de Eisenstein.

Y hablando de literatura, o de libros, en mayor o menor conexión con el cine, recomiendo leer «La vida en México», de Madame Calderón de la Barca. Porque terminarán sacando la misma conclusión que yo después de haberme saturado de México y de Eisenstein. La misma sensación de exotismo truculento o poético, el descubrimiento de una cultura y un pueblo fascinantes.

Porque su autora fue la esposa americana del primer embajador de España en México y en una serie de cartas a su familia sobre la vida que lleva en aquel país, formó un libro cumbre –fuente de inspiración para el pintor Diego Rivera–que nos deja esa misma sensación de gran sinfonía rapsódica sobre un México escalofriante de belleza, sensualidad y muerte. Recomiendo ese libro que tanto nos hará recordar e invocar a Serguéi Eisenstein.

 

Francisco Nieva
de la Real Academia Española