País Vasco
Mikel Azurmendi: «Los inmigrantes tienen que ser como nosotros»
En 2001, Azurmendi avisó del «cáncer» del multiculturalismo. Ahora se reafirma
Llueve en la playa de La Concha y Mikel Azurmendi pide tiempo para resguardarse y poder responder al teléfono. Tiene experiencia en resguardarse: está amenazado por ETA y ha sufrido ataques verbales por decir ya en 2001 que la multiculturalidad llevaba a la explosión social.
–Sí, lo dije y la reacción en contra fue tremenda. Me llamaron racista y también fascista.
–Angela Merkel ha asegurado que «la multiculturalidad en Alemania ha fracasado». Al final le están dando la razón.
–A ver si la gente se convence. Ahora la multiculturalidad sirve a la izquierda, a los nacionalistas, las ONG y a la gente de colmillo retorcido. Creen que todas las sociedades valen lo mismo y no todas valen lo mismo. Las sociedades necesitan unos controles imposibles sin democracia. Además, no exigen en otras culturas lo que exigen aquí. En España se tiene derecho a todo; en otros países no, y eso no se critica.
–Exactamente, ¿qué es el multiculturalismo?
–Cuando yo hablé de esto, me llamaron del Senado para que lo explicara. Conté que el multiculturalismo ya se ha dado en España, cuando convivían los judíos, los musulmanes y los españoles, cada uno en su zona, sin contacto entre ellos, aguantándose y sobrellevándose. Y ya se sabe cómo terminó aquello: mal. El representante de Izquierda Unida dijo que era eso a lo que se aspiraba y en vez de contrarrestarle a él, los socialistas me atacaron a mí. Dejé de escribir en el periódico en el que lo hacía y me avisaron de que iba a comenzar una persecución que llegó después. Yo era presidente del Foro Social para la Integración de los inmigrantes. Lo dejé todo para escribir un libro.
–¿Cómo tiene que ser la integración?
–El multiculturalismo es un cáncer para la sociedad. La única forma de integrarse es a través de un tronco común. Mira, hay tres metáforas de integración. Los multiculturales lo ven como un mosaico, todo de piedras distintas, que forman un conjunto, pero ahí no sabes cuál es la piedra importante, cuál puedes quitar y cuál no. En Inglaterra se habla de la sopa de ensalada: donde cada vegetal mantiene su personalidad y también forma parte de un conjunto. Se ha demostrado que no funciona. Yo hablo del injerto: de una rosa o de un manzano. Existen hasta treinta tipos de manzano, son diferentes, pero entre ellos tienen un tronco común.
–¿Cuál es ese tronco común que debe prevalecer?
–Es un conjunto de símbolos hábiles para relacionarse, para ser previsibles. Todos somos diferentes, pero al movernos en el mismo tronco común somos previsibles. Es como una familia. Cada hijo es distinto, con sus gustos y sus problemas, pero se sabe cómo va a reaccionar porque todos parten del mismo fondo.
–¿Es fácil encontrar un tronco común con los inmigrantes que llegan a España?
–Con los suramericanos no tenemos ningún problema. Aparte de los delincuentes, que hay que detenerlos. Pero todos compartimos la misma cultura democrática. Se pueden tener distintas ideas, pero la cultura sigue siendo la misma.
–¿Y con los musulmanes?
–El problema con algunos musulmanes es nuestro. Somos nosotros que, con la multiculturalidad, hemos puesto las bases para que la sociedad estalle, al no ayudarles a la asimilación cultural.
–La clave es la democracia.
–La democracia es una cultura. Nosotros podíamos adaptarnos a vivir en Francia, yo he vivido allí diez años, o en Alemania. Lo menos esencial es la lengua. Tú, chapurreando alemán, puedes vivir en ese país, por ese tronco común, y quien no esté dispuesto a ser como nosotros, tiene que marcharse. Tienen la obligación de ser como nosotros.
–En algunos países, no se quieren construir más mezquitas.
–Habría que pedir que en otros países se pudieran construir iglesias, pero las mezquitas son un asunto secundario. En un país con libertad religiosa no se puede prohibir las mezquitas. Hay españoles musulmanes que quieren ir a la mezquita. Es el ejemplo de la rosa: todos somos rosas. Da igual que sean amarillas, o sea, que vayan a las mezquitas.
Un escritor comprometido
Mikel Azurmendi cree en lo que hace y en lo que dice. De joven, en los años 60, entró en ETA, pero rechazó el terrorismo, la abandonó y es uno de los que puede presumir que es un amenazado de la banda. Antes estuvo en Francia y se convirtió en antropólogo social. Profesor de antropología en el País Vasco, su postura en contra de la violencia y del nacionalismo siempre ha sido clara. No es fácil comprometerse de ese modo y Azurmendi lo hizo.
Su obra la ha marcado ese compromiso. Con el libro «Estampas de El Ejido» dio una visión diferente y bastante polémica de la violencia que se desató en esa zona de Almería. Un año después, en 2002, publicó el libro «Todos somos nosotros», en donde desarrollaba su tesis en contra del multiculturalismo para la inmigración y a favor de la asimilación cultural. Una tesis que, ocho años después, están apoyando los grandes países europeos.
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