Valencia
El Villazón de los ruedos
Valiente es una palabra que cuadra perfectamente con José Tomás, aunque siempre he tenido la sensación, en algún momento de su faena (y le he visto en bastantes ocasiones), de que estaba a merced del toro, que se entregaba al animal y no lo dominaba, una experiencia única que, por ejemplo, no se da en El Juli. En el mundo del toro se cuenta que existen tres claves: el diestro tiene que saber mandar, parar y templar. Y cuando no suecede así tiembla el tendido, que es lo que consigue el de Galapagar. Va con la verdad por delante y torera divinamente al natural, sin trampa, con la izquierda, la mano con la que se consiguen la gloria y el caché. Cuando despliega el capote se produce un grito en los tendidos. Lo que suceda esta tarde en Valencia (una pierna maltrecha me impedirá asistir) será el acontecimientro del siglo, casi como cada una de las actuaciones en las que Tomás se entrega para bordear de cerca el desastre. Su caso, si lo extrapoláramos a la ópera, me recuerda al de Rolando Villazón, un tenor con arrojo que es capaz de darlo todo cuando sube a un escenario, como si fuera la última noche de su vida. Se le revienta la voz. Mirella Freni decía que «hay que cantar con los intereses, nunca con el capital», y Rolando se deja el capital en la garganta, lo que le ocurre a nuestro protagonista en el albero, que pierde el sentido del tiempo, del espacio y el lugar y se emborracha de toro. Y es entonces cuando el tendido, con su arte tremendista, contiene el aliento con una figura que ya es mito. Y se respira despacio. Es lo mismo que le sucede al público en la butaca: quiere el triunfo, lo desea, pero también ansía el pinchazo en la voz, la cogida en la plaza. Y mientras espera, disfruta.
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