Historia

Crítica de libros

Un asunto de caballos

Los grandes farsantes de la igualdad lo primero que hicieron fue suprimir las grandezas naturales y sustituirlas por las postizas decididas por ellos.

La Razón
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La teoría política de «messieurs de Port-Royal» es tan sencilla como su teoría estética para la pintura o la escritura, gira igualmente sobre el juicio de la verdad y de lo verdadero, y podría resumirse, por lo que a la teoría política se refiere, en lo que llamaríamos «la parábola de la carroza del duque» de Pascal. Éste la propone en sus «Tres discursos sobre la condición de los grandes», y allí dice: «Hay en el mundo dos clases de grandezas, porque hay grandezas establecidas y grandezas naturales. Las grandezas establecidas dependen de la voluntad de los hombres, que han estimado con razón que debían honrar a algunas condiciones y unir a ellas algunos respetos... Las grandezas naturales son aquéllas que son independientes de la fantasía de los hombres, porque consisten en cualidades reales y efectivas del alma o del cuerpo que hacen a éste o a aquél más estimable», de manera que «a las grandezas establecidas les debemos respetos establecidos, es decir, ciertas ceremonias exteriores que deben ser por lo menos acompañadas según la razón de un reconocimiento interior de la justicia de este orden, pero que no nos hacen concebir ninguna cualidad real en los que honramos de este modo» y «es una estupidez y una bajeza de espíritu rehusarles esos deberes».
Es decir, Pascal está dispuesto a la comedia mundana porque ésta no significa nada, como cuando se hacen concesiones retóricas. «Pero los respetos naturales –dice –, que consisten en la estima, no se los debemos sino a las grandezas naturales, y debemos por el contrario el desprecio y la aversión a las cualidades contrarias a esas grandezas naturales. No es necesario que, porque vos seáis duque, yo os estime; pero es necesario que os salude. Si sois duque y un buen hombre, yo os daré lo debido a una y otra cualidad. No rehusaré hacer las ceremonias que merece vuestra condición de duque, ni la estima que merece vuestra condición de hombre. Pero, si sois duque sin ser un buen hombre, también os haré justicia porque, al rendiros los respetos exteriores que el orden de los hombres ha unido a vuestro nacimiento, no dejaré de tener hacia vos el desprecio interior que merece la bajeza de vuestro espíritu». Y así es.
Con quitarme el sombrero ante el señor duque que va en su carroza de seis caballos y es una grandeza establecida, el orden social funciona y queda cumplido, y puedo volver a cubrirme tranquilamente. Pero si no puedo ofrecerle mis respetos naturales a su grandeza natural, no la tiene, también queda cumplido el orden social. y el señor duque no sabrá nunca si al fin y al cabo me he descubierto únicamente ante los caballos. Como en el verso de Góngora: «Carrozas de ocho bestias, y aún son pocas/ con las que tiran y que son tiradas».
Pero los grandes farsantes de la igualdad, en el mundo de hoy lo primero que hicieron poco después de que Pascal escribiera estas cosas fue suprimir las grandezas naturales y sustituirlas por las postizas decididas por ellos porque, como decía Orwell, ya se sabe que, de todas maneras, unos somos más iguales que otros.
Y entonces Pascal avisa que toda condición de grandeza de poder o riqueza no es natural, sino que se debe al azar, y he aquí entonces la búsqueda de lo verdadero al igual que en la estética como lo único que importa.
Y, sin embargo, estos «messieurs» y «mesdames» lo mismo los que vivían en Port-Royal que los que vivían en el mundo, se las arreglaron siempre muy bien para ofrecer una actitud aristocrática en medio de la pobreza misma, y, respecto al vestido por ejemplo, se tomaron muy en serio aquel consejo de Saint-Cyran de que «la modestia nos debe ser tan querida, que no debemos adoptar las modas sino cuando comiencen a pasar». Es decir, un cierto desdén, como en la literatura, porque sabían que todo lo que no es se arruina, y sólo lo real queda.