Crisis económica

Lo que está en juego en Río+20 por Achim Steiner

La economía de mercado tal como existe en la actualidad se ha traducido en un mal uso del capital a una escala sin precedentes

Lo que está en juego en Río+20 por Achim Steiner
Lo que está en juego en Río+20 por Achim Steinerlarazon

Con la Cumbre de la Tierra Río +20 en marcha se especula sobre qué tipo de acuerdos se podrían alcanzar finalmente en los asuntos clave del programa: la creación de una «economía verde» y establecer «un marco internacional para el desarrollo sostenible». No es casualidad que estos elementos aparezcan uno junto al otro.

El término «economía verde» se acuñó hace años, incluso antes de la primera Cumbre de la Tierra en 1992, para crear un nuevo enfoque con el cual examinar los vínculos entre la economía y la sostenibilidad. Sin embargo, ha recibido un nuevo impulso en un mundo donde el cambio climático es ya una realidad, los precios de las materias primas se elevan día a día y recursos básicos como el aire limpio, la tierra cultivable y el agua dulce son cada vez más escasos. Un número creciente de entidades científicas, entre ellas el próximo Global Environment Outlook-5 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, confirma lo que se vislumbró en Río hace 20 años. Es comprensible el probable nerviosismo acerca de un cambio de paradigma de quienes han invertido en un modelo económico y procesos de producción basados en los siglos XIX y XX. Pero también en algunos sectores de la sociedad civil existe inquietud por que la transición a una economía verde pueda afectar negativamente a los pobres y exponerlos a mayores riesgos y vulnerabilidades.

Otros cuestionan la eficacia de los enfoques de mercado para impulsar la sostenibilidad, ya que no pueden generar resultados óptimos en lo social y ambiental. Éstos sólo se pueden lograr con reglamentos, leyes e instituciones fuertes. No podríamos estar más de acuerdo. Las crisis sistémicas de los alimentos, el combustible y las finanzas que llegaron a su punto culminante en 2008 –y que siguen ocurriendo en muchos países– se originan en un paradigma económico que no ha tomado en cuenta el valor de la naturaleza y su amplia gama de servicios que sustentan la vida. Como muestra el informe «Towards a Green Economy: Pathways to Sustainable Development and Poverty Eradication» (Hacia una economía verde: de camino al desarrollo sostenible y a la erradicación de la pobreza), recientemente publicado en inglés, la economía de mercado tal como existe en la actualidad se ha traducido en un mal uso del capital a una escala sin precedentes.

De hecho, los profundos y omnipresentes fallos del mercado –en las emisiones de carbono, la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas– están acelerando los riesgos ambientales y la escasez ecológica, y socavando el bienestar humano y la equidad social. Por eso en Río +20 el vínculo con la gobernabilidad y las instituciones es tan importante como la transición a una economía verde: los mercados son construcciones humanas que requieren reglas e instituciones para orientar no sólo su dirección, sino también marcar sus límites.

Una de las preocupaciones de los críticos es que la transición hacia una economía verde básicamente monetizará la naturaleza, exponiendo los bosques, el agua dulce y las reservas de peces del mundo al afán de lucro de banqueros y comerciantes cuyos errores ayudaron a desencadenar la crisis financiera y económica de los últimos cuatro años. Pero, ¿se trata de la monetización de la naturaleza, o más bien de su valoración? El hecho es que la naturaleza ya se está comprando y vendiendo, explotando y comercializando a precios simbólicos que no reflejan su valor real, sobre todo en términos de la subsistencia de los más pobres. En gran parte, esto da cuenta de la falta de regulación o la ausencia de mercados que no reflejan adecuadamente los valores que la naturaleza nos proporciona cada día, punto sobre el que se hizo hincapié en el proyecto Economía de los ecosistemas y biodiversidad del G-8+5, auspiciado por el PNUMA.

En un sentido muy real, en Río nos jugamos el futuro del planeta. Sin una solución real y duradera que reformule como un todo nuestro actual pensamiento económico, la escala y el ritmo de los cambios pronto podrían empujar el planeta más allá de los umbrales críticos y convertir en un sueño imposible el desarrollo sostenible en cualquier lugar del mundo. Si bien el multilateralismo es un proceso lento y a menudo fatigoso de llegar a un consenso, algunos problemas son tan grandes que trascienden cualquier país.

¿Por qué, por ejemplo, el mundo sigue un paradigma de crecimiento económico que se basa en socavar la base misma de los sistemas que sustentan la vida en la Tierra? ¿Se puede redefinir la riqueza para que también incluya el acceso a bienes y servicios básicos, incluidos los que proporciona la naturaleza gratuitamente, como el aire limpio, un clima estable y el agua dulce? ¿No es el momento de poner el desarrollo humano, la sostenibilidad ambiental y la equidad social en igualdad de condiciones con el crecimiento del PIB?

A todo nuestro alrededor, las luces de advertencia destellan en amarillo, si no en rojo. Sin embargo, sabemos que los avances tecnológicos y la innovación están generando cambios en la forma de producir energía, la manera como surgen nuevos mercados para los alimentos y el agua potable, y el modo en que los servicios ecológicos básicos se vuelven cada vez más escasos y valorados. Río +20 es un momento para el intercambio de conocimientos y experiencias sobre las transiciones exitosas a economías que hacen un uso más eficaz de los recursos y tienen más presente el medio ambiente. Es una oportunidad para comenzar a desarrollar en todos los niveles la capacidad de transformar nuestras economías en motores de crecimiento y empleo sin agotar nuestros recursos ni crear nuevos lastres para el crecimiento y la salud humana en los próximos años.

El reto que tenemos por delante será reconciliar la realidad económica emergente con la ética y los valores sociales necesarios para producir una economía verde equilibrada e incluyente. Eso, en palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, es un «futuro que todos queremos». Un futuro que podría abrirse paso si los líderes mundiales demuestran capacidad de decisión y definición en Río +20.

 

Achim Steiner
Vicesecretario General de las Naciones Unidas
Copyright: Project Syndicate, 2012.
www.project-syndicate.org