Hollywood
En el fondo del bikini
En su origen, el bikini fue comparado con la bomba atómica. En sentido metafórico. Lo inventó en 1943 un ingeniero francés llamado Louis Rénard, y debe su nombre al atolón Bikini, en el Pacífico, donde los americanos realizaban las primeras pruebas nucleares. Es, pues, un invento atómico que causó tal conmoción en su época que hasta el escote palabra de honor que lucía la cantante Abbe Lane en la portada de un disco era realzado por la explosión de una bomba H.
Cuentan que cuando Louis Renard trató de que las modelos desfilaran con tan escueta prenda, al modisto no le quedó más remedio que llamar a una vedette del Casino de París. Al verse ante el espejo, Michelle Bernardino exclamó: «¡Su prenda será más explosiva que la bomba de Bikini!». Era junio de 1946 y acababa de explotar la primera bomba atómica en Bikini, el futuro hogar de Bob Esponja. Pero su uso no se extendió hasta comienzo de los años 50, primero entre actrices de cine de Hollywood y, más tarde, entre las élites de la jet-set, sustituyendo paulatinamente el bañador a comienzos de los felices años 60.
En España, se hizo la vista gorda a las extranjeras que visitaban las playas del Mediterráneo. Excepto en Benidorm, donde el arzobispo de Valencia llamó al alcalde y le advirtió de que lo excomulgaría si toleraba el bikini. Ni corto ni perezoso, Pedro Zaragoza cogió su vespa y se plantó en Madrid, logrando que Franco hiciera de Benidorm una excepción turística.
En aquellos años se puso de moda un divertido cha-cha-cha, titulado «Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polkadot Bikini», de Brian Hyland, famoso por hablar de un «bikini a lunares amarillos, diminuto, justo, justo que todo dejaba mostrar». Aunque los primeros bikinis eran más bien recatados, con una franja de tela debajo de los pechos y faldilla con volantes que disimulaban lo sexy que podía llegar a resultar una mujer como Marilyn Monroe o Ava Gardner con un espectacular dos piezas de seda. O de angora, como el que lucía Jayne Mansfield.
Brigitte Bardot parecía haber nacido en bikini y, sin embargo, no hacía otra cosa que quitárselo a la menor ocasión. Ella fue la culpable de que los españoles soñaran con ligar francesas y, a partir de Elke Sommer en «Bahía de Palma», las prefirieron suecas. Otra lolita más recatada, pero igual de seductora para ninfómanos y pedófilos fue Sue Lyon, con su bikini floreado, en su sensual aparición en «Lolita». El primitivo bikini, que ha cumplido 65 años, era extremadamente provocador para su época, pero le faltaba la prestancia y elasticidad que adquirió con la invención de la lycra, a mediados de los años 60.
Justo cuando Venus como Ursula Andrews deslumbraban a James Bond al salir del mar con el famoso bikini blanco, en «Desde Rusia con amor», dos inventos vinieron a empañar el logro social y liberador conseguido: Rudi Gerneich creaba, por sustracción, el «top less», allá por 1964, y Jane Fonda ponía de moda, en plena psicodelia, el trikini superceñido en «Barbarella». Aún faltaban diez años para que Carlo Ficcardi lanzara el tanga, unidad mínima de monokini que las poligoneras han convertido en un escueto «hilo dental».
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