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Qué es ser culto hoy por Javier Gomá Lanzón
¿Qué es ser culto? Hay concursos televisivos en los que los participantes, respondiendo a preguntas de cultura general, demuestran conocimientos enciclopédicos verdaderamente sorprendentes. Contestan con exactitud sobre materias tan variadas como historia, cine, geografía, novela, astronomía, detalles de la vida de estrellas del pop, botánica, etcétera. ¿Son cultos? Puede que lo sean, pero desde luego no por esa exhibición de datos acumulados en su memoria. Ser culto no es ser un erudito pedante que almacena infinidad de nombres, fechas y hechos, y es capaz de citarlos con oportunidad o sin ella delante de un admirado auditorio. Ser culto no consiste en realidad en saber historia sino en tener conciencia histórica. Es decir, en comprender que, en lo que al hombre como entidad libre se refiere, no hay naturaleza sino cultura; que todo –sentimientos, ideas, lenguaje, instituciones, costumbres, entidades políticas– podría ser de otra manera, porque lo fue en el pasado y, tarde o temprano, lo será en el porvenir. El hombre inculto, en su ignorancia, ve por todas partes naturaleza: ante cualquier cuestión moral, filosófica, estética, política, se dice: «Esto es así, tiene que ser así y siempre será así», con la misma necesidad y fuerza que la ley gravitatoria universal. El primer momento del hombre culto produce, pues, una relativización universal de todo lo dado en la experiencia que le inmuniza frente al fundamentalismo y el integrismo. Pero luego adviene el segundo momento, tan importante o más que el anterior. No por cuestionar la totalidad de la tradición recibida hay que desecharla a la ligera. Al contrario. Una tradición cultural es el resultado de muchos ensayos de solución a problemas reales de convivencia que un grupo humano ha probado durante años, siglos, a veces milenios. Por tanto, hay en ella muchísima sabiduría atesorada y confirmada por la experiencia y que sería estúpido ignorar. Cristaliza en su seno un aprendizaje colectivo que nos impide creernos ilusamente que con nosotros empieza la historia del mundo, como si fuéramos Adán en el paraíso. La fusión de los dos mencionados momentos se podría resumir así: ser culto implica una apropiación crítica de la tradición heredada. Habría que añadir un tercer y último momento: no sólo recibir críticamente lo heredado sino también construir, colaborar en la tarea de crear en nuestros días un mundo simbólico –los mencionados sentimientos, ideas, lenguaje, instituciones, costumbres y entidades políticas: todos históricos y relativos pero no por ello menos necesarios– que propicie una convivencia vivible, humana, digna, satisfactoria en la sociedad contemporánea. Esta tarea de construcción cultural hoy pendiente se podría definir de la siguiente forma: la tradición que heredamos (la formada en Occidente desde los griegos hasta mediados del siglo pasado) ha erigido un admirable ideal de excelencia, pero de una excelencia aristocrática; lo contrario de la excelencia aristocrática no debería ser la vulgaridad, como parecen dar a entender por desgracia las tendencias culturales hoy dominantes, sino la excelencia igualitaria. Qué sea una excelencia igualitaria (una igualdad de origen, nunca de resultado) es algo que deben resolver los hombres cultos que hoy quieran colaborar en la tarea.
*Es autor, entre otros libros, de «Todo a mil», que edita este mes Galaxia Gutenberg
Javier Gomá LanzónDirector de la Fundación Juan March
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