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Los costes del relativismo

La Razón
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Se apela al relativismo para explicar –y criticar– esa agenda ideológica que pretende un cambio de sociedad. Nada es verdad ni mentira, ni auténtico ni falso, sólo hay conveniencia y la verdad cede ante la propaganda para vender productos radicales como el aborto libre, la ideología de género, el «matrimonio» homosexual, la eutanasia, etc. Quien critique esa agenda se las tiene que ver no con lo que encierra de mentira, sino con eslóganes que hablan de profundización en los derechos y libertades. El relativismo aflora cuando se renuncia a la ardua tarea de pensar y se opta por llenar con esos eslóganes el espacio mental que deberían ocupar convicciones forjadas a base de reflexión; un terreno ideal para los expertos en manipulación, en el pensamiento fácil y, de ordinario, único. Ante el relativismo, más que demostrar los errores de sus iniciativas, quizás sea más útil ir a las consecuencias prácticas y palpables. Lo digo porque no pocas veces hablar de los fundamentos de la familia, del matrimonio o de la vida humana choca con ese muro relativista: «Esa es tu opinión, pero otros piensan de forma distinta», «la ley debe hacerse para todos». Ante ese muro quizás sea más eficaz mostrar sus consecuencias –todas– más que demostrar su error. Es bueno captar que las consecuencias del relativismo van más allá de los temas morales de siempre (familia, vida, matrimonio, etc.), es decir, temas donde el relativista moral se mueve con soltura; hay que captar que alcanza también a lo cotidiano, incluso a esa categoría que resume la contundente realidad de las cosas de la vida: la cesta de la compra y es que ni la persona ni la moral ni la vida se compartimenta ni fragmenta. Veamos esos otros episodios relativistas. El etarra Txeroki afirma que «la lucha armada ya no procede»; luego si ETA deja las armas no es porque respete la vida humana sino por que «no procede», luego si procediese, volvería a matar. Si ese relativista se junta a quien asegura que «unos mueven el árbol, y otros cogemos las nueces», las consecuencias son que el relativismo nacionalista recoge en su saco nueces tras el meneo que el relativista terrorista da al árbol, es decir, gracias a centenares de vidas. O surge otro relativista que hoy dice que no negocia con la banda y mañana que se han roto las negociaciones; ¿mentira?, no: conveniencia. Más relativismo: España como nación «es un concepto discutible y discutido». No hay una verdad histórica sobre nuestra nación; es más, es discutible que seamos una nación. Consecuencia: cuando España debería estar unida, cohesionada para desarrollar todo su potencial, somos un conglomerado de territorios enfrentados, hay discriminación entre regiones y españoles, lo que lleva a que a ese pudin territorial se le ningunee en el contexto político y económico internacional. Y es que si no sabes ni lo que eres, difícilmente puedes hacerte respetar. La cimentación moral del relativismo permite falsear datos y cuentas. Aparece así un déficit multimillonario más que oculto, ocultado, que traerá más pobreza para las generaciones futuras. El relativista puede decir hoy –porque le conviene– que no hay crisis para decir mañana que vivimos la peor crisis de los últimos setenta años, eso sí, tras perder la oportunidad de hacer reformas imprescindibles; o afirmar en mayo de 2010 que España va bien y no precisa de reformas estructurales, y a la semana reconocer que está en quiebra e iniciar un recorte presupuestario, de prestaciones sociales y de salarios nunca visto, eso sí, tras un telefonazo de Obama. En fin, cuando el relativismo recala en el ordenamiento jurídico sobran jueces que digan el Derecho y se precisan otros que vistan de Derecho la conveniencia. Aparecen tribunales politizados, fiscales mercenarios, la inseguridad jurídica se enseñorea: no se trata de tener razón, sino el poder y la influencia para que digan que es Derecho tu conveniencia. El Estado de Derecho cede ante la arbitrariedad y una sutil tiranía nos hace siervos y ahuyenta a quien quiera invertir sus recursos ante semejante panorama. El relativista lo es para todo, su mentalidad es única y acaba destrozándolo todo: familia, vidas, prosperidad, futuro, derechos, libertades... No sale gratis y su coste es real e insoportable.