Moscú

Obama Europa y los árabes

La Razón
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Resulta llamativa la muy modesta cobertura periodística en Estados Unidos del viaje de Barack Obama a Europa y de la reunión del G-8 en Francia, razón de su venida. Ciertamente, Obama ha ido perdiendo carisma, como le sucede a cualquier mito, y el G-8, como cualquier otro cónclave internacional, no ha dejado de ver menguar su importancia desde hace bastantes años.
Pero el presidente norteamericano sigue teniendo en Europa su mayor reserva de aprecio y el G-8 venía este año cargadito de grandes temas. El futuro del euro –que puede frenar, o abiertamente impedir, la recuperación americana–, la «primavera árabe» y Libia parecían los puntos más destacados. Frente a ellos, la designación de la ministra francesa de economía como sucesora de Strauss-Kahn al frente del Fondo Monetario Internacional parece un asunto menor, pero no se presta a retórica y buenas palabras, sino que es práctico e inmediato. ¿Pero hace falta para eso reunir a los grandes de este mundo? Con un comunicado de 14 páginas y 93 puntos, los preparadores de la reunión le han dado un completo repaso al mundo, de nivel francamente elemental, pero las grandes cuestiones han quedado diluidas. Al final, las importantísimas y cada vez más apremiantes cuestiones económicas europeas reciben unas anodinas líneas, y lo más destacado es el propósito de apuntalar el tambaleante mundo árabe con un apreciable puñado de miles de millones, de los que se anda bien escaso a ambas orillas del atlántico.
En los aspectos bilaterales de la tourné de Obama, en Irlanda recibió un baño de multitudes de los que ya debía echar de menos y en Reino Unido parece que revitalizó con elocuentes palabras la famosa «relación especial» entre anglosajones, que él mismo había tratado con un cierto desdén, cuando Brown, el anterior premier laborista, fue a Washington a tratar de revalidarla. Los alemanes se han sentido algo picados por haber sido omitidos, pensando que quizás la causa esté en su ausencia de Libia.
Finalmente Polonia, cuya estancia todavía no puede valorarse cuando esto se escribe, pero con respecto a la cual están claros los concretos negocios estratégicos que se dirimen y las demandas de los anfitriones. Varsovia ha visto templarse considerablemente sus cálidas relaciones con Washington por los gestos de Obama hacia Moscú. Y no es una cuestión de celos, sino de estricta seguridad. La Rusia de Putin sigue inquietándoles. Se trata de tranquilizarlos, y no precisamente con palabras.