Casa Real
El Rey «cómodo y relajado» el día de la Fiesta Nacional por Jesús Mariñas
Tiene un ejemplar ardor guerrero: el Rey podría equipararse a los legionarios que coronan el desfile de nuestra Fiesta Nacional. La posterior cita en el Palacio Real estaba llena de interrogantes y muchos preguntaban cómo sería este año. Enseguida salimos de dudas ante la resistencia que demostró el Monarca. Aguantó firme todo el desfile mezclando la formalidad de los momentos solemnes con alguna sentada compartida por toda la familia. Lo reconocía el Heredero: «Su Majestad se encontró más cómodo y relajado pudiendo acomodarse de vez en cuando», comentó ante Carme Chacón, vestida con un semi esmoquin que no admite peros. Lo contrastó con blusa satén en lila, que fue la tonalidad predominante: desde el dos piezas de Doña Sofía en malva, al rosa chicle de una Doña Elena, imponente y rebosante de cordialidad. Contrastó con la Infanta Cristina, muy ceremoniosa con vestido rígido de lamé bordado. Doña Letizia recurrió a un traje de aire Chanel en «tweed» que entremezclaba rosa y marrón. La Reina llevaba una gargantilla de amatistas y resplandeció luciendo una melena más oscura.
No se le escapó a Bruno Delaye, embajador francés, ni a Ana Rosa Quintana, que destacó como chica de rojo. Elena Salgado estuvo exquisita reemplazando su emblemática chaqueta por un traje en verde Nilo. «Es de Alfredo Villalba hijo, mi modista de siempre», comentó ante Carmen Alborch, una de las pocas con abrigo.
El sol caía fuerte sobre la Plaza de Oriente, que estaba tan atestada como la Saleta de Gasparini, la estancia que reemplazó al Salón del Trono como escenario del irrealizado besamanos de 900 concurrentes. Optaron porque Don Juan Carlos recibiera sólo a parte del Gobierno y a altos cargos nacionales. Luego estuvo más de media hora compartiendo charlas por las apretados corrillos. En las tertulias lo mismo estaba Antonio Burgos, que preguntaba qué tal es el libro de Cayetana, que Susanna Griso charlando con Zapatero ante una Sonsoles que vestía un voluminoso abrigo negro de raya diplomática. La baronesa Thyssen iba de acá para allá deslumbrando con el tamaño de sus esmeraldas. Comentó que ya ha presentado varias demandas sobre la manipulación televisiva de su vida. Lo hizo ante Javier González Ferrari, que relame recientes heridas profesionales. Rubalcaba era el único que reía, mientras Cristina Garmendia, la más exquisita de nuestras ministras, evitó la indumentaria cortesana recurriendo a un Valentino en tono café. Lo contrastó con un bolso-mochila del italiano, «un regalo de mi marido que nunca me pongo, se enfada y le hago notar que es para noche. No lo entiende», descubrió ante Camacho y la siempre discreta María Pía Spottorno. Su hija Blanca tiene su misma refinada prudencia.
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