Roma
La batalla que salvó Europa por César VIDAL
Hace 800 años, En-Nasir, caudillo de los almohades, cruzó el Estrecho para conquistar Roma. Su plan fue abortado en las Navas de Tolosa
Los almohades –una dinastía de origen bereber fundada en 1121 por Muhammad ibn Tumart– llegaron a España invitados por los musulmanes, que temían el avance de los reinos cristianos. En 1148, se apoderaron de Sevilla y en 1149 de Córdoba. En 1157, arrebataron Almería a los castellanos y en 1161, Gibraltar. En 1195, Alfonso VIII de Castilla sufrió una derrota terrible en Alarcos y quedó de manifiesto que una victoria musulmana de parecidas características podía llevar las banderas del islam hasta allende los Pirineos. En 1212, En-Nasir cruzó el Estrecho al mando de nuevas fuerzas almohades con la intención de llegar hasta Roma, en cuyo río abrevaría a sus caballos. Alfonso VIII comprendió que aquella embestida podía ser aprovechada por reyes como el de León para atacar a Castilla por la espalda e intentó neutralizar semejante eventualidad solicitando una bula papal y la ayuda del resto de la cristiandad.
Pedro II de Aragón y Sancho VIII, el fuerte de Navarra, acudieron al requerimiento –este último con un número muy reducido de caballeros–, pero Alfonso IX de León se negó a sumarse. La participación no española se limitó a algunos caballeros francos y alemanes. Así, cuando el 20 de junio de 1212, Alfonso VIII abandonó Toledo, su Ejército era varias veces inferior al formado por andalusíes y almohades. Por añadidura, tras la toma de Calatrava, los caballeros extranjeros se retiraron en su mayoría, dado que Alfonso VIII no estaba dispuesto a permitirles vesanías con sus súbditos judíos ni que mataran a los musulmanes que habían capitulado. Los almohades se adelantaron al avance cristiano y lograron ocupar posiciones muy ventajosas en las Navas de Tolosa, un enclave que no podía ser asaltado sin pasar por un desfiladero y pagar un elevado número de bajas.
El secreto del pastor
De esa espinosa situación, salieron las fuerzas cristianas cuando un personaje enigmático, que se identificó como pastor, comunicó a Alfonso VIII un paso secreto para llegar a los reales musulmanes. A pesar de haber alcanzado una posición desde la que atacar con más facilidad a los almohades, la situación del Ejército de Alfonso VIII distaba mucho de ser fácil. Su vanguardia, bajo el mando de Diego López de Haro, el señor de Vizcaya, atravesó con relativa facilidad las dos primeras filas de combatientes enemigos, pero no logró franquear las posiciones almohades y, mientras recibía una lluvia de flechas procedente de arqueros turcos, estuvo a punto de ser cercada por la caballería enemiga. No sucedió así porque Alfonso VIII lanzó una carga desesperada. Entre los atacantes se hallaban las fuerzas aragonesas y navarras y fueron estas últimas, unidas a las de algunos concejos castellanos, las que lograron romper el cerco de hierro levantado en torno a la tienda de En-Nasir y formado, no por negros como se ha dicho muchas veces, sino por magrebíes. Tanto Navarra como algunos concejos castellanos pondrían a partir de entonces las cadenas en sus respectivos escudos.
El Ejército cristiano podría haber perdido aún entonces la batalla si se hubiera entregado al saqueo. Sin embargo, supo resistir la tentación y continuó la persecución del enemigo. El resultado fue una victoria extraordinaria que conjuró para siempre la amenaza islámica en España. De hecho, a partir de ese momento, el retroceso musulmán fue continuado hasta que en 1492, con la toma del reino de Granada, los Reyes Católicos concluyeron la Reconquista iniciada casi ocho siglos antes.
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