Nueva York

Un domingo cualquiera en la Gran Manzana

Cuando uno va en metro hacia el World Trade Center palpa el silencio, miradas que se pierden, una bandera norteamericana en una solapa. Es el décimo aniversario del 11-S. Un rostro con gesto meditativo, como un sencillo homenaje. De repente, bosteza. Diagnóstico erróneo, sólo era falta de sueño.

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Demasiada sugestión en una mañana en la que Manhattan amanece con la misma tranquilidad que otros domingos: sin el bullicio de los trabajadores en los andenes, con los turistas a la caza de la ganga en Macy's y los corredores quemando grasa en Central Park.

Normalidad sólo rota por la seguridad perceptible a pie de taxi. Desde hace varios días, en calles estratégicas tres coches de policía estrechan la calzada y paran a aquel conductor sospechoso, porque lleva una furgoneta, lunas tintadas… El control apenas dura un minuto. El atasco, una hora. Mejor a pie. O en metro. Ayer, pese a que alguna se empeñaba en enseñar todo el arsenal cosmético de su bolso, los agentes en la Estación Central apenas mostraban preocupación.

También se nota esa tranquilidad al acercarse a la Zona Cero y vislumbrar la nueva Torre 1 que ya supera los 50 pisos construidos. «Fue una tragedia que no se va a repetir porque vamos a salir fortalecidos. Serán los edificios más seguros de la historia», insiste Carlos Valverde, uno de los arquitectos de la torre. A medida que uno se acerca se escucha por los altavoces a dos niñas que leen los nombres de las víctimas de los ataques terroristas, mientras el personal deambula a la espera de la pertinente revisión de mochilas y detección de objetos metálicos para acceder al perímetro desde el que contemplar el nuevo rascacielos y seguir así la ceremonia desde una de las pantallas gigantes.

Lazos blancos
Pocos espectadores para tanto despliegue, quizá por las alertas constantes que no han ido a más. «Venimos a presentar nuestros respetos», explica Xana, una danesa que ha llegado acompañada con su novio y que porta camiseta y bandera conmemorativa, quizá el «look» más llamativo frente al homenaje discreto de los neoyorkinos mostrado en las rejas de la capilla de San Pablo que se han convertido en el símbolo de este décimo aniversario: lazos blancos de raso anudados recogen las oraciones de propios y extraños por los fallecidos.

Al otro lado de la calle, un grupo de apocalípticos y otros «¡indignados!» anti-Bush ofrecen su particular mercadillo de pancartas y busca su minuto de atención frente a los centenares de policías, militares y bomberos –no de servicio–, y las decenas de periodistas que buscan un testimonio, una palabra, una lágrima. De repente, un reportero se enzarza con un ciudadano que ha rozado su cámara con el codo. Casi llegan a las manos. «Hoy no, por favor», grita un viandante separándoles, mientras la Policía comienza a acercarse. Fin de la escena, que no del acto.

«No le gustaban los americanos»
«Un avión tiró las dos torres», acierta a decir Shaila, que, con nueve años, pertenece a esa generación posterior al 11-S, aunque todavía no tenga muy claro quién es Ben Laden. «A Osama no le gustaban los americanos», apostilla a su lado Alejandro, que nació aquel 2001 y ahora ve cómo en su colegio se repiten los simulacros contra atentados, algo impensable hasta entonces.
«Es la primera vez que vengo a la Zona Cero desde que escapé aquel día. Fui una superviviente de las Torres Gemelas, pero parece que fue ayer, las secuelas físicas y psicológicas me han impedido ponerme a trabajar. Es como si se hubiera parado el tiempo», comenta Ana Clara, acompañada de Rafa, su pareja, que aquellos días fue voluntario con los equipos de bomberos. «No había tenido el valor de acercarme hasta aquí, pero todo el mundo insiste en que hay que volver a la normalidad, seguir adelante», insiste. Y es que esa filosofía de la mirada hacia adelante es la que prima en la ciudad, que parece pensar sólo en ese 2015 en el que el nuevo World Trade Center esté en marcha para cerrar capítulo.

Por eso extraña que estos días en los que todas las televisiones norteamericanas repasan los dramas personales, en Broadway compartieran estrado espectáculos como Billy Elliot, Priscilla y sus reinonas del desierto, las monjas de Sister Act y las protagonistas de Mamma Mia. Unidos para cantar «New York, New York» y recordar a aquel que se cruza a su lado la máxima del artista: «El show debe continuar».


Los Bomberos, ceremonia aparte
En 1913 la ciudad de Nueva York erigió un monumento a los bomberos con vistas al río Hudson. Ayer, un grupo de ellos eligió este lugar para conmemorar, lejos de los actos y la pompa oficial, a sus 343 héroes. No estuvieron solos: bomberos de varios países escucharon la lectura de todos los nombres de los muertos, comenzando por el de su capellán: el franciscano Michal Judge.