Benedicto XVI

Una nueva hornada

La Razón
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Cansarse de todo. Vegetar. Ir de fiesta. Dormir hasta la tarde. Es el sino de una generación con un tercio de fracaso escolar que ni sueña con un trabajo apasionante ni con un amor eterno. Que ve pasar los días saciada y desesperanzada. Ha ocurrido lo que los adultos ni siquiera imaginábamos: el deseo ha sido sofocado. ¿Estamos pagando el bienestar? Un amigo me contaba que, ante el espectáculo de la sierra nevada, intentó contagiar el entusiasmo a su hijo: «Mira qué impresionante –le dijo mientras conducía–, me encantaría estar allí». La respuesta del chaval no se hizo esperar: «¿Sí?… a mí no». La JMJ fue fundada por Juan Pablo II para una generación que buscaba y no encontraba. «Abrid las puertas a Cristo», nos dijo el amigo polaco, y nos inflamó de esperanza. Pero ésta de ahora no es la generación Wojtyla. Con una lucidez llamativa, Antonio María Rouco Varela supo identificar ayer, en la inauguración de la Jornada Mundial de la Juventud, una nueva hornada. La generación de Benedicto XVI. Estos jóvenes marcados «para bien, y también para mal, –en palabras de Rouco– por la globalización, la crisis económica e internet». Nada que ver con la España de los 60, el despegue económico o la Olivetti. Tampoco con la crisis del petróleo de los 80, la entrada en la UE o la televisión privada. Nuestros padres se cabreaban y protestaban. Nosotros nos cabreábamos a secas. Ellos, ni se cabrean. Ayer, el anfitrión de la JMJ supo entender todo esto, este corazón joven atenazado por «el relativismo y el poder dominante, sin sólidos fundamentos, ni culturales ni sociales: ¿cómo no va a vacilar vuestra fe?», les preguntó. La fe y las ganas de vivir, diría yo. El coraje de desear. El arzobispo les propuso algo tan sencillo como hacerse peregrinos. Porque para esta gente, la JMJ constituye la posibilidad de encontrarse con Alguien capaz de proporcionar, no ya una respuesta, sino la simple, eterna, emocionante pregunta del ser humano. Esa que hicieron los dos primeros discípulos: «¿Dónde vives?». Después, empezó todo.