Caja Laboral
Mágica por María José Navarro
Dicen los arquitectos que la visitan que es una de las construcciones más alucinantes que han visto y cabecean y se ponen la mano en el mentón con la boca abierta.
Dicen los vecinos de la zona que en el horizonte queda bonita su figura y que notan de vez en cuando por el barrio el rastro de colonia cara. Y dicen los gañoteros que pueblan su zona noble que el catering es de postín, de los buenos, de esos con mucha comida pequeña y embutido de colores. Hablamos de la Caja Mágica de Madrid, señores, ese complejo deportivo de campanillas que muchos de Vds. no han tenido la oportunidad de ver ni por fuera. Por fuera, sí, por fuera, que es lo más cerca que la podemos tener las ordinarias.
Hay que venir a la Caja Mágica, señores, sean Vds. de aquí o de acá, a verla por fuera, insisto, a contemplar esa hermosura de lejos, a adivinarla distante y magnífica. Hay que venir a verla por fuera porque para verla por dentro se va uno a casa y enchufa la tele para animar a Nadal, que es que se ponen Vds. de un exigente que no hay forma de soportarles. Ah, oh, la Caja Mágica, también llamada la Trágica por los socios de la sección de baloncesto del Real Madrid, pobres criaturas a las que el club cambió de su antigua y modesta ubicación a esta joya de entre las joyas y ahora ven a su equipo dieciocho filas más atrás de lo que les correspondía en la antigua y modesta ubicación y están que trinan. Están que trinan porque tienen delante las múltiples zonas VIP que alberga la Caja Mágica, oh La Caja Mágica, esa meca del famoseo, ese centro comercial selecto, ese zoco de vanidades que se pone de bote en bote en cuanto vienen los tenistas del mundo a medirse a Nadal.
Se ponen hasta la bola esos palcos vip y los pueblan actrices, directores, futbolistas con novias que no se dirigen la palabra e invitados, muchos invitados, sobre todo invitados. Porque da la sensación de que a la Caja Mágica no va ni Perry pagando. Van tipos que hablan a voces en pleno partido y cambian por teléfono un billete del Ave o jovencitas que creen que un «tie-break» acaba siempre en un 6-4, pero pagando, así, con pinta de pagar, vemos a pocos desde nuestras casas. Bueno, claro, pagan los socios de la sección de baloncesto del Madrid y tratan de aparcar el coche y volver antes de que sea al día siguiente. Menudo lujo.
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