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El rapto de Campoamor

La Razón
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Los socialistas comparten algo de ADN con las urracas, que entran en los pueblos anunciando las nieves y anidan objetos brillantes haciendo un joyero. Con perdón de la marica, nombre del ave en Castilla, la Nueva Vía se apropia de todo, de la Historia y las biografías, del fin de la conscripción por el PP, o de quien logró el voto para las españolas: Clara Campoamor. Esta mujer no alcanzó el cociente intelectual de Leire o Bibí, pero estudió Secundaria en dos años y Derecho en otros tantos, mientras cosía con su madre. Abogada del republicanismo, el liberalismo, el laicismo y la democracia, y, por supuesto, de la igualdad de la mujer. Nunca quiso militar en el PSOE por su colaboración con la dictadura de Primo de Rivera, censurando la sublevación socialista de 1934 en la que se distinguió el abuelo presidencial. En 1931 sólo la minoría de derechas estaba por el sufragio universal, mientras que las izquierdas tenían el voto femenino por antirrepublicano, ya que suponían que las mujeres votaban lo que les indicaba el confesor o las mandaba el marido. Aceptaban que fueran elegibles pero electoras. Se enfrentó con Manuel Azaña, que, como redomado putero, era misógino; peleó y ganó a Victoria Kent en la tribuna, y a Margarita Nelken en los ateneos. Logró convencer al titubeante PSOE, que votó pinzándose las narices, y las faldas fueron a las urnas. Las izquierdas no se lo perdonaron jamás. Izquierda Republicana la reprobó, y en su exilio solitario abominó de las atrocidades de ambos guerracivilistas. Yace en un panteón prestado y la «cuota» empieza a exhumarla como coartada del PSOE, que no quería sufragistas.